“Nunca me ató corazón y familia,
errante siempre por gusto a la vida,
no llevo mapa, no tengo prisa…”
Alejandro Santiago
errante siempre por gusto a la vida,
no llevo mapa, no tengo prisa…”
Alejandro Santiago
Aun cuando conocía bien que el nómada nunca debe cargar con elementos que evoquen el camino recorrido, aquél día su vista fue cautiva por ese robledal. Había caminado innumerables bosques, montañas, selvas, pero ese árbol en particular apresó su mirada. No conocía el nombre de esa especie, así que dio por llamarlo “recuerdo”. Se sorprendió cuando descubrió sus pequeñas semillas. Encantado con ellas, antes de marchar, tomó una en su mano y siguió su camino. Al paso del tiempo, de su puño –el cual apresaba la semilla- comenzaron a brotar algunas hojas. Sin importarle, el nómada no soltó su “recuerdo”. Siguió andando. Unos meses después, el nómada cargaba en su mano izquierda a un pequeño árbol.
Una noche, cansado de andar, decidió recostarse. Al despertar se dio cuenta que su mano, en la cual llevaba al pequeño robledal, había echado raíz en la tierra sobre la cual la posaba. El nómada no luchó por arrancarla, por el contrario se quedó observándola. Pasaron los días, lentos, uno a uno, se maravilló al ver cómo avanzaba el crecimiento del árbol en relación a su cuerpo que cada vez era devorado un poco más por él.
Ayer terminó por ser tragado completamente.
El nómada ahora habita dentro del tronco de algún robledal en medio de un bosque, todo por no haber sabido llevar a cabo la enmienda básica: “no cargar nunca ni tan solo con un pequeño recuerdo de tu andar, porque tarde o temprano te hará detenerte y vivir para él”.
J.V.R.
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