domingo, 4 de enero de 2009

Carnicería


"La condena moral del canibalismo implica
o bien una creencia en la resurrección corporal,
que quedaría comprometida por la destrucción material del cadáver,
o bien la afirmación de un vínculo entre el alma y el cuerpo
y el correspondiente dualismo"
Lévi-Strauss


Hay incluso quien dice que desde el comienzo de las primeras sociedades en forma de tribus, existió el negocio que se asemejaba a lo que hoy llamamos carnicerías. Tendría que admitir que suena lógico cuando se sabe que la alimentación es una necesidad humana, así, en los tiempos que me ha tocado vivir, la exhibición de diversos y suculentos cortes de carne para el consumo humano son cada vez más frecuentes.

He leído en algún lugar que el nacimiento de este negocio propiamente como lo conocemos ahora no se aleja hasta los mitos cavernícolas de los que he hecho referencia hace un momento, lo adjudican incluso apenas al siglo pasado. Tampoco suena disparatado, es imposible concebir tal como ahora lo hacemos a este negocio hace más de cien años, la tecnología definitivamente ha venido a dar la culminación de aquello que se gestó desde mucho tiempo atrás.

Sin embargo, es definitivamente inaudito en lo que se ha convertido, quizá sería tan sólo cuestión de remontarse unas décadas para que fuera imposible pensar en la ternura, frescura, belleza, en lo apetecible y suculento que hoy encontramos frente a nosotros, consumidores.

Según me han dicho expertos en el tema, los interesados en el perfeccionamiento de las carnes en la actualidad se sirven de los artilugios científicos para lograr su conservación por el mayor tiempo posible, e incluso han logrado por medio de diversas técnicas devolver a un estado perfecto aquella pieza de carne que parecía estar condenada a salir de la venta.

De hecho, la tecnología también ha incursionado en la estética del establecimiento, la temperatura adecuada, las luces pertinentes, la colocación y demás detalles son cuidados rigurosamente en aquellas carnicerías a las que soy asiduo.

A como va todo esto, creo que pronto será posible que se utilice la manipulación genética y con libre consentimiento de todos (¡incluso de la madre!), para tener la certeza de obtener una mejor mercancía llegado el momento.

Como es natural, ante toda actividad siempre habrá quien se oponga, por lo que ya no es nada raro encontrar vegetarianos, que incluso proclaman su costumbre como si fueran poseedores de una moral mejor que la de uno, cuando, siendo sinceros, sabemos que el consumo de carne es de lo más normal, de hecho vamos por la calle e inconscientemente pensamos que todo el que está a nuestro lado es un carnívoro.

El nombre de la carne, claro está, varia según la localidad, lo que para los argentinos es “marucha” o “paleta” para los americanos es “chuck”, o lo que éstos últimos llaman “round” los primeros lo simplificaron bastante al nombrarle “nalgas”.

Los gustos, aún más que los nombres, fluctúan. Esto ya no se circunscribe a la localidad o al idioma, pueden ser tan variados como de persona a persona. Así, hay quienes no pueden más que pensar en el cuadril, otros lo acompañan con pescuezo, quienes abiertamente se consideran simples, prefieren las pechugas, hay otros que la pierna es algo que no pueden omitir en su dieta. A título personal creo no tener una preferencia muy marcada, soy lo que han dado por denominar, ecléctico.

Ahora bien, la preparación de cada corte de carne para su consumo tiene infinidad de variantes, es una vez más, una cuestión de regionalismos y gustos.

La semana pasada, la última vez que visité una carnicería, me sorprendí al ver cuánto dinero se manejaba en aquél lugar. Los clientes entraban, iban y venían sin otra cosa en la cabeza que carne, carne y más carne. Había quienes, claramente podrían haber gastado una fortuna en llevarse lo que para ellos era lo mejor que ofertaban. En aquél lugar había de todo, desde tremendas reses que paradas medían más de dos metros, hasta pequeños cortes que invitaban a una tentación un poco más secreta. Había todo tipo de carne; natural, otra claramente manipulada por la ciencia, alguna con gran cantidad de grasa pegada y otra que parecían vender más sabor que cantidad.

Definitivamente, aunque reconozco mi preferencia y vicio por la carne, he decidido no volver ahí pronto. Por momentos me asqueó ver aquella gente con dinero en los bolsillos y una mirada perversa al entrar a ese lugar, al disfrutar ver aquellos trozos de carne bailar mientras se quitaban poco a poco lo que quedaba de piel cubriéndolos, había quienes con dinero ya en mano se alzaban para pedirle al tablajero que bajara al pedazo de carne y lo sentara junto a ellos, entonces por un poco más de monedas le daban una copa, lo acariciaban y besaban, lo estrujaban contra sus cuerpos y lo olían fantaseando en que lo comían, quizá muchos de ellos lo harían en un poco más de tiempo, les gusta la preparación.

Yo, aquél día, sólo entré a mirar el burdo espectáculo que se ofrece diariamentre en la carnicería, que según me han contado algunos amigos extranjeros, en algún otro país le dan por llamar table dance, no estoy seguro de que ello sea cuestión solamente de nombre o realmente haya alguna diferencia, en este aspecto, confío en mis allegados.

J.V.R.

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