Mariposas Amarillas,
¡Mauricio Babilonia!
Celso Piña
(no fue el primero en decirlo, pero de que lo dijo, sin duda lo dijo)
Me recuerdo bailando aquella sabrosa cumbia, alguna víspera de verano, no sé de cierto (ni de incierto) si corría el año de 1993 o el 2000, que para lo que nos atañe del cuento, lo mismo dá. Y lo mismo dá por que si no fuese acertado el dato, bien podríamos estar bailando "Mentiras, mentiras, mentiras, mentiras..." de los Vallenatos de la Cumbia, que según mi memoria un tanto viciada y oxidada, en aquellos años vió a luz en las emisoras locales de mi viejo Monterrey, que se empeña en parecer nuevo, en parecer de primer mundo, no entiendo para qué...
Las sodas se tomaban en bolsita, con popote los más finos, los más atrevidos mordían la bolsa, le hacían unos bujeros con los dientazos que no veas, quedaba aquella bolsa como queda cualquier bolsita de plástico después de ser mordida, pero solo en una de sus esquinas, pa no perder el glamour. Las competencias de comer tostadas con salsa súper picante eran cosas de todos los días, bueno, todos los días de lunes a viernes, que era, es y seguirá siendo, el tipo de semana laboral que prefieren nuestras escuelas secundarias.
Había de todo. Y cuando digo de todo, me refiero a que faltaban tantas cosas: El futbol lo jugabamos en una inmensa placa de concreto cuadrada, con una lata rellena de piedras que hacía las veces de balón (Vayan ustedes a saber en qué torcida cabeza cabe que una lata rellena de piedras pareciera balón). Hacia la cara sur del estadio, es decir, de nuestra amada placa de piedra, se encontraba el portón rojo, aquel que sólo estaba reservado para los más grandes, y no me refiero a los más grandes de edad, sino a los más grandes que había en la secu, tipos temibles, de pelo desteñido con agua oxigenada, tenis converse, pantalón rojo, entubado y arremangado. Ellos eran los elegidos para brincarla, eran los elegidos para salvar la tarde metido en el cuarto de máquinitas de Mortal Kombat que estaba metido en la casa de Pancho. Faltaban, también, pupitres, gis, libros, libretas, maestros, pero nos sobraba un gran espíritu de no sé qué, por que todos estabamos siempre unidos, excepto cuando nos peleabamos, que era la mayor parte del tiempo. Ahí tuve mi primer pelea en condiciones (deplorables), tuve mi primer beso (lo cambié por un 21, es más Jennifer María fue quien me sugirió tan suculento trato) toque mi primera nalga, que por fortuna no era la mía... era la de Cindy, y Cindy era la de todos, la que nunca se negaba a nadie ni a nada, sin importar que ella fuese un monumento (que SÍ lo era) y que el requisitor de sus encantos un chango.
Tuve todo lo que se puede tener en un lugar donde faltaba todo, y que a la vista de los años, largos años, se perdió en un horizonte nublado de recuerdos nada gratos... hoy no conservo ni una sola amistad de aquellos años, al Plátano se lo comió la mediocridad, al Mostro se lo comió la maldita pobreza (nunca vi a nadie luchar por las cosas como luchaba el Mostro), a Karina, se la comió un tipo afortunado que se casó con ella, a Lety, un tipo afortunado que no se casó con ella, a Janeth, se la comió una corriente sectaria, igual que al Emilio, que la última vez que lo ví me quiso bautizar en el acto (el acto era la boda de Janeth... vayan ustedes a saber el papelón que iba a hacer bautizandome en la boda de la única mujer con la que he peleado a golpes en mi vida). Dicen que Eloy terminó de judicial y que Efraín de trasvestista. De Segundo supe que había terminado una ingeniería, creo que de toda la bola fuimos los únicos en lograr semejante proeza...
La secundaria fue un puto lugar en el que nunca encajé pero que me dejó tres cosas claras, concisas y evidentes:
Las sodas se tomaban en bolsita, con popote los más finos, los más atrevidos mordían la bolsa, le hacían unos bujeros con los dientazos que no veas, quedaba aquella bolsa como queda cualquier bolsita de plástico después de ser mordida, pero solo en una de sus esquinas, pa no perder el glamour. Las competencias de comer tostadas con salsa súper picante eran cosas de todos los días, bueno, todos los días de lunes a viernes, que era, es y seguirá siendo, el tipo de semana laboral que prefieren nuestras escuelas secundarias.
Había de todo. Y cuando digo de todo, me refiero a que faltaban tantas cosas: El futbol lo jugabamos en una inmensa placa de concreto cuadrada, con una lata rellena de piedras que hacía las veces de balón (Vayan ustedes a saber en qué torcida cabeza cabe que una lata rellena de piedras pareciera balón). Hacia la cara sur del estadio, es decir, de nuestra amada placa de piedra, se encontraba el portón rojo, aquel que sólo estaba reservado para los más grandes, y no me refiero a los más grandes de edad, sino a los más grandes que había en la secu, tipos temibles, de pelo desteñido con agua oxigenada, tenis converse, pantalón rojo, entubado y arremangado. Ellos eran los elegidos para brincarla, eran los elegidos para salvar la tarde metido en el cuarto de máquinitas de Mortal Kombat que estaba metido en la casa de Pancho. Faltaban, también, pupitres, gis, libros, libretas, maestros, pero nos sobraba un gran espíritu de no sé qué, por que todos estabamos siempre unidos, excepto cuando nos peleabamos, que era la mayor parte del tiempo. Ahí tuve mi primer pelea en condiciones (deplorables), tuve mi primer beso (lo cambié por un 21, es más Jennifer María fue quien me sugirió tan suculento trato) toque mi primera nalga, que por fortuna no era la mía... era la de Cindy, y Cindy era la de todos, la que nunca se negaba a nadie ni a nada, sin importar que ella fuese un monumento (que SÍ lo era) y que el requisitor de sus encantos un chango.
Tuve todo lo que se puede tener en un lugar donde faltaba todo, y que a la vista de los años, largos años, se perdió en un horizonte nublado de recuerdos nada gratos... hoy no conservo ni una sola amistad de aquellos años, al Plátano se lo comió la mediocridad, al Mostro se lo comió la maldita pobreza (nunca vi a nadie luchar por las cosas como luchaba el Mostro), a Karina, se la comió un tipo afortunado que se casó con ella, a Lety, un tipo afortunado que no se casó con ella, a Janeth, se la comió una corriente sectaria, igual que al Emilio, que la última vez que lo ví me quiso bautizar en el acto (el acto era la boda de Janeth... vayan ustedes a saber el papelón que iba a hacer bautizandome en la boda de la única mujer con la que he peleado a golpes en mi vida). Dicen que Eloy terminó de judicial y que Efraín de trasvestista. De Segundo supe que había terminado una ingeniería, creo que de toda la bola fuimos los únicos en lograr semejante proeza...
La secundaria fue un puto lugar en el que nunca encajé pero que me dejó tres cosas claras, concisas y evidentes:
- Mi gusto por los Tigres del Norte (realmente se afianzo en esos años)
- Mi gusto por la música vallenata
- Mi gusto, mi adoración, mi dedicación vital y vocación por las mujeres
Ricardo Rodríguez
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