lunes, 5 de mayo de 2008

El eufemismo: una agresión implícita


por José Vieyra Rodríguez


La palabra eufemismo la define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.

Esta idea es precisamente la que se mantiene, por no decir que se impone, en la época de lo políticamente correcto. Son en estos tiempos actuales en los cuales parece impensable decir enano, lo correcto es “gente pequeña”, entonces tampoco nos debemos referir a los negros con este sustantivo, sino como “afroamericanos”, a los indios como “nativos norteamericanos”, a los discapacitados como “con capacidades diferentes” o peor aún, como “con capacidades especiales”, a los ancianos o viejos como “adultos en plenitud”[1], y así la larga lista se incrementa conforme aparecen supuestos defensores a quienes nadie ha llamado.

Lo cierto es que esta lista de eufemismos se vuelve cada vez más grande y falta muy poco (si no es que ya es así) para que todos tengamos alguna característica la cual debamos “suavizar” o disimular con alguna palabra nueva. Lo que precisamente son dos críticas a esta postura. La primera es el hecho de tomar a un sustantivo como adjetivo, es decir, al llamar discapacitado a una persona en silla de ruedas, no se está lejos de la verdad pues no tiene la capacidad de caminar que debiera tener, claro, tomando de referencia un parámetro de normalidad estadística en la cuál suponemos las capacidades conforme a las que tienen la mayoría. El punto es que se toma al sustantivo discapacitado y se realza como adjetivo, poniendo énfasis en ello como característica, y no sólo eso, sino como defecto. Líneas atrás me refería precisamente que los eufemismos se aplican a las características no a los defectos, pero la realidad es que quien los crea o impone, lo hace pensando en que aquellas características son ofensivas. Este es el segundo punto sobre el cuál me quiero detener un poco más.

Mi hipótesis es que realmente quien insulta, denigra o agrede a las personas con estas características es quien utiliza estos eufemismos, pues el insulto o agresión ha sido ya elaborado en su mente y bajo el propio juicio de que esa característica es insulsa, baja, abyecta, se autocensura y busca una forma de evadir su propio pensamiento lacerante.

Podemos estudiar este fenómeno con un texto de Freud publicado en 1925 titulado La negación. Es en este breve artículo Freud escribe: “La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que adoptar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. La propiedad sobre la cual se debe decidir pudo haber sido originariamente buena o mala, útil o dañina”[2]. Es decir, el juicio se ejerce en el nivel psíquico para desmentir una cualidad la cual ha sido ya puesta sobre el objeto, de esta manera se utiliza la negación para poder expresar que aquello que es negado no es en realidad existente.

En el caso que nos ocupa nos encontramos con que el juicio es igualmente utilizado para negar una propiedad que ya ha sido previamente adjudicada como mala o dañina. Los eufemismos vistos desde este punto de vista, son precisamente utilizados en aquellas cualidades que han sido previamente calificadas como malas, como defectos, como cualidades no dignas siquiera de mencionarse. Pero en este caso, son precisamente quienes los utilizan aquellos que han hecho una valoración de estas cualidades para después de haber sido tomadas como “malas” buscar una manera de referirse a ellas sin que tengan ese valor que previamente se les ha otorgado.

Aquí lo lamentable de la situación, considero, es que al pensar ciertas características como no dignas de mencionarse, imposibilita la propia aceptación de éstas por parte de quienes las ostentan. Intentar negar esa cualidad (ser enano o anciano, por ejemplo) imposibilita el hecho de reconocerse en ese lugar y así desde ahí vivirse como alguien que con referencia a los demás tiene muy baja estatura o ha vivido mucho tiempo, según sea el caso. Un anciano no está en plenitud por ningún punto de vista, es decir, se niega la propia cualidad de edad avanzada e impide aceptar el estado actual, y todo esto con el juicio impuesto por quien no puede atribuir una propiedad a un objeto, o en otros casos, como en las discapacidades, no puede admitir la existencia.

Ahora bien, con esto no quiero decir que haya que referirse a todas las cualidades con su forma más burda o agresiva posible, pero quiero señalar el hecho que tampoco es posible vivir censurando la palabra en nombre de la dignidad cuando lo que se hace es precisamente no permitir ser digno en nuestra propia condición humana.

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[1] De hecho el antiguo INSEN (Instituto Nacional de la Senectud) se le cambió en nombre a INAPLEN (Instituto Nacional del Adulto en Plenitud) durante el sexenio de Vicente Fox, para después terminar con el nombre actual de INAPAM (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores).
[2] S. Freud. La negación (1925) Obras completas. Ed. Amorrortu

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