desconocidos para poder llegar por medio de este a ser conocidos.
Es de opinión generalizada que es bueno saber qué decir, algo de lo que yo no estoy del todo de acuerdo, quizá por experiencia, pues he sufrido el tener siempre, para toda ocasión, tema y suceso un comentario, cosa que no tiene por que ser bueno, por el contrario es el más grande mal.
El trabajo es un claro ejemplo, me ha costado tres asensos laborales y la misma cantidad de despidos, por que el saber qué decir no significa saber decir mentiras en el momento justo, por el contrario, es –con todo el peso de su significado- saber qué decir.
Por momentos me he sentido al punto del delirio, pues tampoco puedo considerarme un ser berborreico, simplemente me sucede que si me piden mi opinión o puedo expresarla, lo hago. Hay veces que al silencio lo atesoro, me aferro totalmente a su existencia en tanto pueda, pero llega la invitación a hablar, la oportunidad certera o el momento del comentario sagaz y sale sin tocar baranda.
Lo anterior no es un problema único de las relaciones laborales, las sentimentales son de lo peor. Esta habilidad me ha llevado a tener las más grandes conquistas y ligues verbales, los cuales me corresponden con un “ese comentario me gustó”, frase que me reafirma el camino. ¡Pero cuántas veces lo he arruinado de la misma manera!, siguiendo hablando hasta que mi instinto masculino me dice que algo va mal cuando las mujeres se quedan calladas y cambian de actitud, es entonces cuando sé –con la misma certeza- que es por algo que dije, pero si anteriormente sabía que todo lo tenía que decir, ¿entonces cómo saber qué de todo lo que dije no les pareció? Afortunadamente la misma causa del problema es la solución, pues unos minutos después de captado el error, mis comentarios acertados hacen retomar el rumbo y el control, esto en el mejor de los casos, pues vaya que también hay mujeres rencorosas que se comprometen a no olvidar, cómo si los demás comentarios fueran arrojados por el fuerte viento de las palabras tomadas como impertinentes.
Concluyo que es fácil salir de un apuro de saber qué decir con relaciones en que media el afecto, mis amigos cercanos se toman, la mayor de las veces, a broma mis comentarios, creo que es más por cariño que por gusto real. En mi trabajo actual he estado varias veces a punto de ser despedido pero mi jefe me quiere como a un hijo, al menos eso me ha expresado más de una vez, y en mis relaciones de pareja siempre ha sido mucho más fácil con quien tengo un vínculo sentimental y no el puro y llano apetito sexual.
Saber qué decir, definitivamente es un problema, daría lo que fuera por que realmente haya un momento en que no sepa qué decir, en verdad… por ejemplo ahora, sé que tengo que seguir hablando, el silencio, lo sabes, se había tornado incómodo, como esperando a que uno de los hablara de algo, yo lo hago porque definitivamente estoy seguro que tú no podrás mantener una plática buena conmigo, ahora me conoces y te das cuenta que no soy a quién buscabas esta noche, seguramente girarás y te irás dejando detrás una experiencia más de no poder callar el saber qué decir, o por el contrario te quedarás para callarme la boca con un beso… Adiós, pues.
J. V. R.
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