viernes, 6 de marzo de 2009


Historia familiar

Corrían desbocados, como caballos, asustados, sin saber su dirección, pero en realidad ellos sí la conocían, estaban ya cerca. Llevaban al cuerpo entre sus brazos, las gotas de sangre marcaban el camino velozmente transitado. Los gritos comenzaron a escucharse desde dos cuadras antes, como si la voz que saliera de su boca les ayudará a viajar a la misma velocidad que ésta, pero la realidad es que eran precisamente sus vociferaciones las que los hacían perder rapidez.

Desde que tomaron el cuerpo, Juan comenzó a decir: –Se nos va a morir, se nos va a morir- Las palabras salían pero sus acciones buscaban negarlas. Alzaron al cuerpo de Raúl entre tres, los otros dos, desconocidos para Juan, pasaban a unos metros cuando oyeron el disparo, voltearon y al ver desvanecerse al joven de veintidós años corrieron a su auxilio. Heriberto, se echó a correr en dirección opuesta, se supo después que el revolver se había disparado por accidente, al menos esa fue la versión de la investigación que se prolongó por dos días, algo que la familia Gloria nunca comprendió.

-¡Antonio, Antonio! ¡Traemos a Raúl! ¡Abran, abran chingado, que abran!- Golpes y golpes en la puerta, igual a los que Raúl intentaría dar a la base de su cama esa misma noche, cuando lo amarraron con unas sábanas tanto de los pies como de sus muñecas, la noche que ardió en fiebre y siguió desangrándose hasta que cerca de las seis de la mañana, con un grito que probablemente se haya escuchado hasta Saltillo, hasta el hospital más cercano el cuál estaba a 45 kilómetros, murió.

El médico del pueblo, cuando llegó, se concretó a decir que sería inútil intentarlo trasladar, -lo mejor es amarrarlo para que no se golpeé, y pos estar junto a él- Eso dijo mientras veía llorar a María buscando dentro de los roperos todas las sábanas que tenían.

Desde los gritos desaforados hasta el sábado lluvioso en el que enterraron a Raúl, una niña de nueve años lo había visto todo y registrado detalladamente, ella nunca olvidará estos días, tanto así, que cincuenta y nueve años después, no entiende porque murió de esa manera su primo con el que, por la mañana de un jueves, había estado jugando a que él era un caballo y ella una intrépida jinete.


A Raúl, a quien desafortunadamente,
sólo conozco por su muerte.

J.V.R.


No hay comentarios: