miércoles, 22 de octubre de 2008


Sobre otra posible forma de afrontarnos

por José Vieyra Rodríguez

“Soy amistoso con la gente. Me pongo
un sombrero según su costumbre.
Digo: son bestias de olor muy especial.
Y digo: no importa, también yo lo soy”

Bertolt Brecht

¿Quiénes somos realmente?, es quizá una pregunta que por trillada y común termina por parecer únicamente buena para charlas con aparente tinte intelectual, o bien, para vulgarizar a la filosofía y burlarnos de cualquier posible respuesta, que puede que esto no sea más que una forma de afrontar simplificando o haciendo de lado algo que invariablemente siempre está con nosotros.

Si aceptamos la afirmación anterior en cuanto al carácter ineludible de la pregunta, entonces cómo podemos entender a todas aquellas personas que aparentemente nunca se lo han planteado y seguramente no lo harán. Pues bien, porque es posible de ser respondida desde diversos lugares, la religión es el más claro ejemplo. Desde los primeros días de vida el niño es introducido en una serie de ritos que determinan su lugar frente a los otros, así, al crecer y tomar conciencia de sí mismo se dará cuenta del lugar que ya se le tiene asignado. No es la religión la única que va determinando quienes seremos, pues además la propia sociedad y cultura nos bombardea y nos hace apropiarnos de una identidad, ya sea de sexo, género, gustos, nombre, etc.

Una vez dueños de todo esto, cuando se nos presentan situaciones que tenemos que enfrentar desde nuestra conciencia de muerte -p.e.-, ya contamos con la respuesta de antemano. Así, también cuando se cuestiona qué es ser hombre o mujer, son preguntas que se tildan de dos posibles maneras: estúpidas o académicas. Comúnmente pensamos que estas preguntas o ya están respondidas por la práctica social o son únicamente aplicables y funcionales en el aula de clase.

Que sean respondidas a priori no significa que no estén presentes, lo cierto es que son preguntas que retornan de una u otra forma, en el enamoramiento, por citar un ejemplo, se presenta de manera contundente la pregunta de quiénes somos. Interesante es que siempre es respondida en función del otro, pues acaso no se dice “eres lo que me hace falta” o “eres hermoso/a” y cualquier halago que reafirme nuestra supuesta identidad, que no es más que hecha precisamente de eso, de identificaciones. Si la identidad tiene algo que ver con ser idéntico, con nacer y con que nos impongan un lugar, esto es precisamente con abrumarnos hasta ser idénticos a todos. Algo que no es negativo pues es la única manera de humanizar al niño y permitirle vivir en el mundo previamente estructurado.

El problema de la imposiciòn de identidades no termina en darnos cuenta de ello, sino qué hacen quienes se dan cuenta de esto. Quienes toman conciencia de que han sido forjados a semejanza. Este encuentro con otro nivel de nosotros es posible que desemboque en diversas manifestaciones, en el psicoanálisis hablamos de síntomas que tienen un significado, pues estos serían precisamente la respuesta a una pregunta, o mejor dicho es otra respuesta, es levantarse en contra de la ya dadas, una respuesta particular. Pero además de los síntomas tenemos las manifestaciones artísticas, cualquier que esta sea son respuestas humanas, propias, únicas y subjetivas de cualquier pregunta a la cual no nos podemos responder con lo aprendido previamente. Podríamos aventurarnos y decir que el arte es un síntoma, pues es la creación humana y sin sentido directo.

Ante la pregunta inicial, y aceptando lo dicho anteriormente, quizá otra respuesta es la aceptación de nuestra condición, nuestra necesaria imposición de reglas, contratos, conceptos, cuerpos, gustos, nuestra aceptación de la nula o escasa libertad y aprender a vivir en el margen de oscilación entre locura y cordura. Caer en cuenta que tenemos que ponernos los sombreros según las costumbres, pero no por ello olvidar que nuestra cabeza no está hecha sólo para llevarlos, o bien, saber que los demás son bestias, pero no olvidar que esas bestias son producto de identificaciones y nosotros también. Aprender a ver las máscaras, bailar entre la multitud a sabiendas que son disfraces, pero no intentar quitarlos, porque quizá detrás de ellos no haya nada. Nadie mejor que otro artista, no para ejemplificar, sino para enseñar:

"Entre las parejas que iban
girando un día le encontré.
Bella como media luna
que alumbra al oscurecer.
Convidé a la danza
a la dama luna del antifaz
que ella usaba para
que se pensara, que era su faz,
pero al descubrir su semblante
nada hallé detrás.

Me asusté al mirar su cara vacía,
dijo: así son todos, ¿no lo sabías?"

...

"Ahora ya no voy desenmascarando
cuando encuentro que alguien
se emboza actuando.
Cuando engañan en su felicidad
sólo veo remedos de humanidad.
Lo que podrían haber sido y no son
entre vanaglorias y compasión"

Fernando Delgadillo

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