jueves, 3 de julio de 2008

Silenciar o matar a la locura,
¿las únicas alternativas?


Salvador Dalí - El Corazón de la locura (de la Serie D. Quijote de la Mancha)


por José Vieyra Rodríguez

Ray Bradbury (Norteamericano, 1920) publica en 1950 su libro titulado Crónicas marcianas. En este libro se encuentra un cuento llamado Los hombres de la tierra[1].

Dicho cuento relata la historia de cuatro tripulantes de una expedición terrestre que llega satisfactoriamente a Marte, en donde esperan una calurosa bienvenida, pero en lugar de esto reciben una indiferencia a su travesía y son mandados de un marciano a otro hasta que terminan por darse cuenta que han sido encerrados en un manicomio puesto que creen los marcianos que su historia, apariencia, su cohete e incluso tres de los cuatro terrestres son producto de la alucinación de un marciano loco (el capitán).

Al finalizar el cuento el propio psiquiatra pensando que el capitán, quien es el que produce las alucinaciones de los otros tres terrestres, además del cohete que podía palparse, oírse, olerse, es decir, se creaba una realidad hacia los demás, mata al capitán, después creyendo en que las alucinaciones creadas eran tan fuertes que persisten mata a los otros tres tripulantes, para al final, al darse cuenta que el cohete no desaparece y los cuerpos terrestres tampoco, sabe que se ha contagiado de la locura y no tiene más remedio que suicidarse. Nunca se llegó a plantear la posibilidad que aquella historia fuera real.

Este cuento que data de 1950, es ahora más vigente que en ese entonces, precisamente el autor ubica a la historia en agosto de 1999. Es interesantísimo darnos cuenta que ya en esa fecha esta era el modo de tratar a la locura, no en Marte, sino en la tierra.

Desde mediados de la década de los ochentas la psiquiatría se ha empeñado totalmente en medicar a todo tipo de conducta que está fuera de la norma. Sería lícito preguntarnos que sucedería si un marciano con apariencia terrestre llega a decirnos que ha venido desde este planeta. Se le trataría, hoy en día, de la misma manera, terminaría hospitalizado en un centro de salud mental, medicado para sus alucinaciones y diagnosticado como incurable, puesto que no acepta la realidad.

La diferencia entre el cuento y nuestra realidad, es más pequeña de lo que aparenta, puesto que, con justicia, alguien podría decir que no se mata a los locos y menos aún se suicida el científico, pero podemos detenernos y no tomar todo tan literal.

Comencemos por el hecho de pensar que silenciar al delirio, callar al loco para que narre su alucinación y catalogarlo a priori como un mentiroso, salido de “la realidad”, es una forma de asesinar. Si la vida es la consciencia de nosotros, nuestro pensamiento, la apropiación de un cuerpo y demás, y si quitamos todo esto y reducimos al cuerpo a un vegetal inerte en un hospital, entonces tenemos la muerte, no a la biológica, sino la del alma.

Aquí es donde se termina por meter la ciencia en un atolladero, puesto que no se plantea (al igual que el marciano psiquiatra) la posibilidad de que la locura no sea una enfermedad, que las palabras del loco tengan algún sentido, que aquella realidad sea compartida, recordemos que todo delirio es una demanda social. Es decir, la posibilidad que la alucinación algo tenga que ver con el mundo en el cuál “los cuerdos” vivimos, compartiendo así parte de la misma y no pensar que la alucinación es producto, única y exclusivamente del delirante.

La ciencia opera de la misma manera que el marciano, tomando como insignificantes las narraciones del loco, tildándolas de mentiras, al delirante de enfermo, para al final también sucederle lo mismo, suicidarse ante la impotencia de no encontrar la cura al ver que la locura siempre termina por volver en algún otro acto sintomático.

Ante el silenciamiento de la locura por parte de la ciencia, ahora con herramientas químicas como lo son la innumerable lista de medicamentos para psicóticos, esquizofrénicos, delirantes, deprimidos, niños con TDA-H, y un largo etcétera. Todavía hay alternativas para no matar al loco ni silenciar aquello que tiene que decirnos, hoy el psicoanálisis es una apuesta a escuchar al delirio, atenderlo y h-a-cer-lo propio, observar la demanda del niño con hiperactividad o a prestar oídos al deprimido, hoy aún hay un lugar para no matar al loco y terminar por suicidarse, cual marciano contagiado de la locura que se pensaba externa.

________________________________
1. Bradbury, Ray. Los hombres de la tierra en antología en Cuentos de la literatura universal tomo I. Ed. Diana. 1986. México.

No hay comentarios: