viernes, 11 de julio de 2008

El mago de Oz:
una metáfora del advenimiento del sujeto

por José Vieyra Rodríguez


La película Mago de Oz (USA, 1939) puede interpretarse en diferentes direcciones. La propuesta que paso a elaborar se verá centrada en relación a los elementos que posibilitan la constitución del un sujeto, precisamente a partir de los deseos que tienen los personajes de la película.

Así pues, para comenzar es pertinente cuestionarnos ¿porqué los personajes desean un hogar, un cerebro, un corazón y el valor? Es decir, ¿qué nos muestra el hecho de ser estos los deseos que decide el autor del cuento poner en falta a sus personajes?

Como he adelantado, para mí es por la implicación que tienen estos deseos en el ser humano, incluso más que deseos, estos elementos “necesarios” para que surja un sujeto. Veamos más detenidamente a qué me refiero al decir que estos elementos son constitutivos del sujeto.

En principio, es necesario un hogar (un cuerpo en el cual alojar a su Yo), después un cerebro que construya un juicio y una realidad diferenciada (interior-exterior), además de un corazón, alegoría incomparable de las emociones (que propongo que no pueden ser elaboradas sin un juicio que analice la atribución y la existencia), y por último, el valor, que no es más que el reconocimiento social como sujeto.

Comencemos por el primer deseo que aparece una vez que está Dorothy en aquella tierra mágica. Ella busca regresar a su hogar, en cualquier caso busca tener un hogar, una casa, una posada. Como había adelantado, el primer paso para advenir sujeto es tener un hogar para el Yo, es decir, la apropiación del cuerpo. Es fundamental para el sujeto adueñarse “su” cuerpo para poder vivir, o con-vivir con el mundo externo (en tanto es percibido ya por un Yo que se sabe diferenciado del mundo).

En el caso de la película lo que empuja a buscar al Mago de Oz es la necesidad de regresar al hogar. Podemos aventurarnos y decir que regresar al estado inicial, al supuesto lugar en donde no hay nada extraño, raro o angustiante, no el vientre materno como la caricaturización del pensamiento psicoanalítico, sino al momento sin lenguaje, sin significantes que atraviesen al sujeto y creen la falta, al Real que una vez introducido el lenguaje crea un vacío imposible de obturar, una vez introducido el sujeto en el mundo simbólico condenado a no poder hacer del Real un significante, dejando solamente al fantasma que buscará colmar esa falta con toda clase de deseos que jamás podrán tapar, ni siquiera ocultar ese vacío.

La segunda petición que viene a formularse es por parte del espantapájaros, esta es la búsqueda de un cerebro, de la inteligencia. Después se adherirá el hombre de hojalata por el deseo de tener un corazón.

En interesante cuál es la segunda petición, hemos dicho que primero tiene que haber un “hogar del Yo”, es decir, la apropiación de un cuerpo para que comience a formarse un sujeto. Después el cerebro, la capacidad intelectual de evaluación, la adquisición de juicio. Para formarse un Yo hay a la vez un juicio que comienza por apropiarse de lo bueno y expulsar lo malo (Freud, La negación, 1925), una vez constituido el Yo (hecho un hogar) se crea una realidad exterior y diferenciada del Yo, es decir, una capacidad intelectual de juicio, de atribución y existencia. El espantapájaros representa un segundo momento en la creación de un sujeto (no en el nivel intersubjetivo, sino intrasubjetivo).

Las emociones, el amor, el odio, el miedo, etc., son elaboraciones secundarias mucho después del advenimiento de un Yo imaginario y una capacidad intelectual suficiente para ejercer un juicio, la única emoción real es la angustia. El amor es la elaboración secundaria de esta, por lo tanto la tercer condición es un “corazón”, el representante simbólico de las emociones, al comienzo el niño no ama a la madre, necesita a la madre, y cree ser aquello que completa a su madre, ser lo que ella desea. Al ser reemplazado por otro deseo el sujeto pierde esa posición, por lo cuál la búsqueda del objeto es siempre reencontrarse en la posición de objeto fálico de la madre. Es decir “el encuentro del objeto es propiamente un reencuentro” (Freud, Tres ensayos para una teoría sexual, 1905)

El amor es un tercer momento del sujeto, al conformarse con un cuerpo (hogar) posibilita la interacción con el mundo exterior, por medio del juicio (cerebro), así buscará recuperar el objeto perdido, la emoción es la elaboración de la angustia, por lo cual es necesario el paso por las dos anteriores sin que necesariamente sean cronológicas, sino mutuamente influyentes.

Un ejemplo clínico de la falla en este proceso de advenimiento del sujeto es el autista. Este no tiene un hogar para su Yo, pero bien puede tener un cerebro formidable. Hay casos de autistas que van a la Universidad con notas increíbles. Otro ejemplo de un fallo de estos elementos es el acting ou,t en este se puede perder al Yo y no ejercer control sobre el cuerpo, por eso para una interacción óptima con el mundo es condición la apropiación del cuerpo.

Ahora, si pensamos detenidamente los tres deseos subsiguientes al de Dorothy, caemos en cuenta que lo que se desea está en relación al reconocimiento como sujeto. El reconocimiento del Otro, que re-conozca las cualidades del sujeto, incluso llegando al punto de decir que es imposible apropiarse del propio cuerpo sin una mirada externa que venga y nos diga quienes somos.

Si lo que se busca en los estos deseos es el reconocimiento del Otro, es un reconocimiento simbólico para poder realizar lo que ya hacen. El espantapájaros es quien propone, el Hombre de hojalata quién más sentimental es y el León quien muestra el mayor valor al ir al frente en búsqueda de su amiga. Sin embargo, es necesaria la aprobación del Otro que venga y nos diga que es oficial nuestra labor, nuestros sentimientos y nuestro valor, pues al final, todas estas cualidades solamente pueden tenerse a la mirada de alguien que nos la conceda, el valor se tiene en tanto haya alguien que se considere cobarde.

Así pues, la lectura que doy a este clásico del séptimo arte, me hace ver una alegoría del advenimiento del sujeto, además del reconocimiento necesario para todos, y entender que nadie “es”, sino que se “tiene” y únicamente en tanto los demás nos lo concedan, el ser es una constitución de la mirada del Otro.

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