Ante el suicidio; la (in)certidumbre
por José Vieyra Rodríguez
El suicidio; “eso” que se nos presenta la mayor de las veces como inesperado, nos conmociona y nos interroga, nos arroja lo más propio del ser humano, en tanto es el único animal que lo hace.
La semana pasada llegué por la mañana a la preparatoria para la cual laboro como docente, y encontré que el grupo hacia el que me dirigía no había asistido a clases, el motivo –me enteré unos minutos más tarde- fue que un compañero del grupo había muerto y estaban todos los alumnos en el velorio.
Hasta donde tengo conocimiento, el joven, de quince años de edad, se colgó en el árbol del patio de su casa. El motivo, según dicen, es amoroso, una amiga (que conoció en la preparatoria) no le correspondió y éste al insistir y no encontrar la respuesta buscada, terminó por decepcionarse tanto que prefirió suicidarse, no sin antes mandarle un mensaje por celular a su amiga en el cual decía poco más o menos que lo perdonara por la estupidez que iba a cometer. También escribió una carta para ella la cuál no he sabido el contenido.
Durante la mañana que narro, supe también que la abuela del joven envió otro mensaje a la chica diciendo que ojalá esté feliz pues ya logró lo que quería. Y así, la abuela culpa a la chica del suicidio y logra entender el suceso, responde a todas las posibles preguntas que le arroja la situación, calma su angustia al tener una imagen hacia la cual dirigir su impotencia.
Por su parte, la institución escolar no sabe cómo responder ante el hecho, en ella no existe departamento de psicología y lo único que aciertan a saber los miembros administrativos de la preparatoria es la necesidad de hacer algo, pero seguramente, nada se hará. Los motivos; muchos. Comenzarán por pensar en la creación de un departamento de psicología en donde se brinde orientación y apoyo, quizá hasta terapia dentro de la misma escuela (como otras instituciones lo hacen) pero decepcionados ante los pocos recursos que se brindan y sin un quinto en el bolsillo para ello terminarán en buenas intenciones y un trago amargo que pasar.
Aun así, no debe dejar de plantearnos una buena cantidad de interrogantes esta situación y aunque sepamos el desenlace decepcionante que en algunos aspectos es imposible de remediar (como en los administrativos) es necesario no quedarnos como si fuera “un caso más”.
Por una parte, es sumamente llamativo la edad del chico, por otra parte también creo que es imposible desligar a la escuela del suceso (ahí se conocen, son del mismo grupo de amigos) y por último tampoco podemos aislar el momento en el que se da, es decir, ¿qué pasa en la sociedad (escuela, familia, amigos, trabajo, etc.) que no da alternativas a las cuales prenderse (o prendarse) y darle sentido a la vida?
Porque además si no podemos decir que es simplemente un caso más de suicidio, tampoco es conveniente decir que es un caso más de suicidio adolescente, sino entender el caso en particular en donde un chico de quince años se mata por amor, además de no pasar por alto el hecho de que es por medio del lenguaje que se entra en relación, en este caso, incluso hasta el final nos damos cuenta del ser que habla y no termina por acertar (mandar un mensaje, dejar una carta). Recordando también que el suicidio no se da porque no se quiera la vida, sino que no se quiere la vida bajo ciertas circunstancias, como la rebeldía que no es el hecho de no querer obedecer a nada ni a nadie, sino el pedir mejores razones para obedecer. De igual manera el suicidio no es querer morir sino no tener mejores razones para vivir. Además, siguiendo la doctrina psicoanalítica, recordemos que el suicidio no se inflige al Yo, sino al objeto introyectado, por lo que es un sadismo hacia el objeto que ha dejado su sombra sobre el Yo(1), o para decirlo en lo que nos ocupa; no se mata a él, sino a lo que siente por la chica.
Como también lo había mencionado, es trascendental entender el momento histórico en el cual vivimos, pues cada vez es más difícil encontrar razones para vivir, que le den sentido a nuestra vida y nos sostengan en el vertiginoso mundo actual. En la época contemporánea la escuela no es un lugar que brinde elementos de goce, sino por el contrario, de imposición y control. Pero al parecer tampoco hay fuera de ésta nada que posibilite el sostenimiento del sujeto en la vida.
Deborah Fleischer en un artículo llamado El suicidio en la obra de Lacan nos dice “el suicidio melancólico entonces no es un acto. Es una certidumbre de goce cuando el significante ha perdido la batalla ante el duelo imposible”(2). La pregunta se mantiene, ¿es la única manera de responder? El sujeto tiene certidumbre, pero los que atestiguamos el suicidio estamos del otro lado, con la incertidumbre, deseando tenerla, olvidando que el suicidio es una manera de ello, sí, de ello (Es).
_______________________
1. Freud, S. Duelo y melancolía. Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1917.
2. Fleischer, Deborah. El suicidio en la obra de Lacan en Antroposmoderno. El url de este artículo es http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=595
1 comentario:
Sin duda, una situación por demás compleja... Sobre todo la que planteas al final del artículo, los que nos "quedamos" y somos parientes de personas que han optado por el suicidio, no podemos estar más lejos de la certeza. Situaciones sociales, económicas y religiosas, abonan abundantemente la desdicha de la familia del "suicidado". Pongo por ejemplo el caso de mi primo, que por un lado, la religión no le alcanza para obtener un perdón y por el otro, el ejercito de los Estados Unidos no le pudo dar un entierro por que murió deshonrado y deshonrando... Lo único para lo que me alcanza el cerebro y el corazón es para sentir un profundo pesar por la situación como la que describes y la que vivo o viví (Ves, no tengo certidumbre). Muy buen artículo, colega;)
Publicar un comentario