Una nueva mirada al Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad: una patología escolar.
por José Vieyra Rodríguez
“Con el TDA-H se nace, se crece (se "reproduce") y se muere.
Nunca se deja de ser una persona con TDA-H”
Portal de la Secretaría de Educación
Estado de Michoacán
En la actualidad, como nunca antes, se van introduciendo nuevos elementos al ámbito escolar, otrora, la escuela a nivel primaria proveía de educación, pero se reducía al ámbito meramente académico, la salud, por ejemplo, no era responsabilidad de la escuela. Hoy vemos como hay campañas en torno a la detección de la drogadicción (adicciones), la prevención de embarazos no deseados y de las enfermedades de transmisión sexual dentro de las instituciones escolares.
En la actualidad la escuela se ha convertido en un centro de higiene, de control, de disciplina, etc. Es por esto, que ahora la enfermedad se ha introducido como un problema escolar, en la escuela se detectan los casos de “enfermedades” como el Trastorno de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA-H).
Dicho trastorno solamente se puede diagnosticar por los síntomas visibles: la conducta, sin embargo, la explicación de éste es biológica. Es así como ahora la diagnosis de un alumno se da a través de un médico que al ver al niño por varios minutos y hacerle un par de preguntas a la madre es capaz de diagnosticar un TDA-H, para después recetar algún medicamento como el Ritalin. Es la apuesta a un nuevo modelo: la biopolítica.
Así pues, los especialistas han creado una enfermedad en torno al problema de la falta de atención o la imposibilidad de mantener sentado a un niño por horas en una escuela.
Fue a partir del final del siglo XIX e inicio del XX cuando en México la mirada de ellos se volvió cada vez más contundente en cuanto a la concepción de la niñez[1]. Hoy, siquiera se cuestiona a nivel oficial a sus diagnósticos, son aceptados y promovidos por la Secretaría de Educación (SE) a nivel nacional, además que se apoya en el diagnóstico de esta enfermedad y la medicalización de los alumnos.
Y es que ahora la escuela es un nuevo centro de control, tanto de pensamiento como de conducta, y si ésta no está adaptada a la norma, es vista como enfermedad. El mayor reto que se encuentra en este rubro es el tipificar a estos problemas conductuales como enfermedades biológicas capaces de ser tratadas por medios químicos, de esta manera se pierde toda posible respuesta singular ante dicho acto, además de promover así una visión de irresponsabilidad sobre estos, pues medicalizar en lo posible la conducta reduce el grado de responsabilidad sobre esta.[2]
TDA-H criterios diagnósticos y prevalencia en México
El TDA-H se define como “una incapacidad para mantener la atención o concentrarse; es un desorden orgánico” (Mendoza, 2003). Esta es la forma en que se entiende este trastorno por parte de la SE. Considerando lo anterior se entiende que un niño con TDA-H no puede controlar por sí mismo su falta de atención, aunque se esfuerce por lograrlo.
Tomando de referencia las cifras dadas en el DSM-IV, se estima que la prevalencia del Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad se sitúa en el 3 y el 5 % en los niños de edad escolar. Los datos de su prevalecía en la adolescencia y la vida adulta son imprecisos. Es decir, no se sabe si realmente los niños que son diagnosticados con TDA-H continúan en la vida adulta padeciéndolo.
En México, según la Asociación Mexicana por el Déficit de Atención, Hiperactividad y Trastornos Asociados A.C., son 5 millones de mexicanos quienes padecen el TDA-H, de los cuales 1.5 son niños de entre 6 y 12 años[3], estos datos los retoman a su vez de cifras de la Secretaría de Educación.
Ahora bien, es importante entender cuáles son los criterios que se toman para tipificar el TDA-H. Pues si son más de un millón de niños en México quienes tienen este trastorno, es de suma importancia entender cómo se llega a este diagnóstico.
De hecho, según Fukuyama, “los médicos realizan lo que con frecuencia constituye un diagnóstico altamente subjetivo si el paciente manifiesta un número suficiente de los síntomas incluidos en la relación, cuya propia existencia puede a menudo no ser evidente”[4], entonces es licito cuestionar en qué se basa o cómo es el proceso de diagnóstico en las escuelas de México. Especialmente para entender a qué se refiere la SE al decir que el TDA-H es una enfermedad con la que se vive y se muere.
Además de la crítica hecha por Fukuyama acerca de la subjetividad que puede incluir un diagnóstico de TDA-H[5] es también destacable que dentro de los diagnósticos del DSM-IV exista el Trastorno por déficit de atención con hiperactividad no especificado, el cuál tiene la clave F90.9. Este trastorno es para aquellos quienes no cumplieron todos los síntomas necesarios para entrar en TDA-H, pero que aun así pueden ser clasificados pues “esta categoría incluye trastornos con síntomas prominentes de desatención o hiperactividad-impulsividad que no satisfacen los criterios del trastorno por déficit de atención con hiperactividad”[6].
Ahora bien, si es así la forma en que se concibe el TDA-H dentro de la Secretaria de Educación, hemos constatado la predominancia de un entendimiento médico de dicho trastorno. Aun cuando ahora se ha introducido a psicólogos en los planteles educativos, la labor de estos es básicamente psicoeducativa y nunca terapéutica, aun cuando se piensa a este trastorno como una enfermedad.
Hay datos que muestran como la medicalización de este trastorno se da únicamente de lunes a viernes y en horario escolar (expedientes personales que no puedo mostrar por razones éticas, pero que son prueba del manejo por parte de quienes diagnostican este trastorno). Es curioso observar que el trastorno toma los sábados y domingos de descanso, activándose una vez más los lunes por la mañana, haciendo necesario así el medicamento en el horario escolar. Este hecho lo justifican los médicos diciendo que el medicamento debe de interrumpirse en ciertos días para dejar descansar al organismo, pero ¿cómo entender que durante las vacaciones de verano también se puede dejar de medicar al niño durante meses? ¿acaso el trastorno deja de ser una enfermedad en el hogar para convertirse en una chiflazón, y viceversa al encontrarse en el salón de clases?
Lo anterior hace pensar que efectivamente el TDA-H es una patología, pero no orgánica, sino escolar, pues dicha enfermedad parece solamente tratarse en la escuela, fuera de ella el niño no necesita de los medicamentos. Asistimos, pues, al tratamiento de una patología en la vida escolar.
Ante esto se nos imponen algunas conclusiones, existe una patología escolar, pero es precisamente la propia escuela quien la propicia, el alumno no solamente es diagnosticado en la escuela, sino “enfermado” en ella. La escuela hoy se ha convertido en un centro de salud.
Considerar este problema como propiciado por el ambiente escolar brinda a su vez la posibilidad de proponer un cambio en éste, o bien, cambiar la concepción médica de este trastorno, pues pudiéramos decir que efectivamente el niño padece un déficit de atención, pues carece de atención, no es puesta en él y sus características, dejando únicamente la posibilidad de llamarla por medio de actos que favorezcan un trato digno o particular, quizá el mayor problema radica en no comprender la demanda y tratarla como un síntoma más a eliminar.
Etiquetar con trastornos y enfermedades que se basen en sustratos orgánicos deslinda toda responsabilidad de atender a las necesidades propias del niño, produce un desligamiento entre maestro-alumno, ya que el problema que presenta en el salón se le hace responsable únicamente el alumno, dejando fuera la posibilidad de una respuesta del maestro.
Además, el olvidar el fundamento subjetivo de la distracción en el salón, deja de lado también la posibilidad de comprender al caso único y particular, el cuestionar los motivos personales que hacen que la atención del alumno se evada a fuentes no directas con la educación, y antes de pensar en qué hace el maestro o qué implicación tiene ahí él como docente y figura de autoridad, además de la propia escuela como institución en decadencia, se piensa al alumno como enfermo al preferir seguir con su atención a una mosca antes que las explicaciones del profesor.
Propongo, pues, entender que sí existe el Trastorno por déficit de atención, pero este no está en el alumno, menos aun en la descompensación de neurotransmisores, sino en el exterior del sujeto. Es decir, el trastorno que sufre el niño es por el déficit de atención que padece. Efectivamente sufre un trastorno por el déficit de atención que tiene, se le presta poca atención y el medicalizar y silenciar el síntoma es agregar un motivo más para incrementar su prevalencia, pues no se escucha la demanda.
En la actualidad la escuela se ha convertido en un centro de higiene, de control, de disciplina, etc. Es por esto, que ahora la enfermedad se ha introducido como un problema escolar, en la escuela se detectan los casos de “enfermedades” como el Trastorno de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA-H).
Dicho trastorno solamente se puede diagnosticar por los síntomas visibles: la conducta, sin embargo, la explicación de éste es biológica. Es así como ahora la diagnosis de un alumno se da a través de un médico que al ver al niño por varios minutos y hacerle un par de preguntas a la madre es capaz de diagnosticar un TDA-H, para después recetar algún medicamento como el Ritalin. Es la apuesta a un nuevo modelo: la biopolítica.
Así pues, los especialistas han creado una enfermedad en torno al problema de la falta de atención o la imposibilidad de mantener sentado a un niño por horas en una escuela.
Fue a partir del final del siglo XIX e inicio del XX cuando en México la mirada de ellos se volvió cada vez más contundente en cuanto a la concepción de la niñez[1]. Hoy, siquiera se cuestiona a nivel oficial a sus diagnósticos, son aceptados y promovidos por la Secretaría de Educación (SE) a nivel nacional, además que se apoya en el diagnóstico de esta enfermedad y la medicalización de los alumnos.
Y es que ahora la escuela es un nuevo centro de control, tanto de pensamiento como de conducta, y si ésta no está adaptada a la norma, es vista como enfermedad. El mayor reto que se encuentra en este rubro es el tipificar a estos problemas conductuales como enfermedades biológicas capaces de ser tratadas por medios químicos, de esta manera se pierde toda posible respuesta singular ante dicho acto, además de promover así una visión de irresponsabilidad sobre estos, pues medicalizar en lo posible la conducta reduce el grado de responsabilidad sobre esta.[2]
TDA-H criterios diagnósticos y prevalencia en México
El TDA-H se define como “una incapacidad para mantener la atención o concentrarse; es un desorden orgánico” (Mendoza, 2003). Esta es la forma en que se entiende este trastorno por parte de la SE. Considerando lo anterior se entiende que un niño con TDA-H no puede controlar por sí mismo su falta de atención, aunque se esfuerce por lograrlo.
Tomando de referencia las cifras dadas en el DSM-IV, se estima que la prevalencia del Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad se sitúa en el 3 y el 5 % en los niños de edad escolar. Los datos de su prevalecía en la adolescencia y la vida adulta son imprecisos. Es decir, no se sabe si realmente los niños que son diagnosticados con TDA-H continúan en la vida adulta padeciéndolo.
En México, según la Asociación Mexicana por el Déficit de Atención, Hiperactividad y Trastornos Asociados A.C., son 5 millones de mexicanos quienes padecen el TDA-H, de los cuales 1.5 son niños de entre 6 y 12 años[3], estos datos los retoman a su vez de cifras de la Secretaría de Educación.
Ahora bien, es importante entender cuáles son los criterios que se toman para tipificar el TDA-H. Pues si son más de un millón de niños en México quienes tienen este trastorno, es de suma importancia entender cómo se llega a este diagnóstico.
De hecho, según Fukuyama, “los médicos realizan lo que con frecuencia constituye un diagnóstico altamente subjetivo si el paciente manifiesta un número suficiente de los síntomas incluidos en la relación, cuya propia existencia puede a menudo no ser evidente”[4], entonces es licito cuestionar en qué se basa o cómo es el proceso de diagnóstico en las escuelas de México. Especialmente para entender a qué se refiere la SE al decir que el TDA-H es una enfermedad con la que se vive y se muere.
Además de la crítica hecha por Fukuyama acerca de la subjetividad que puede incluir un diagnóstico de TDA-H[5] es también destacable que dentro de los diagnósticos del DSM-IV exista el Trastorno por déficit de atención con hiperactividad no especificado, el cuál tiene la clave F90.9. Este trastorno es para aquellos quienes no cumplieron todos los síntomas necesarios para entrar en TDA-H, pero que aun así pueden ser clasificados pues “esta categoría incluye trastornos con síntomas prominentes de desatención o hiperactividad-impulsividad que no satisfacen los criterios del trastorno por déficit de atención con hiperactividad”[6].
Ahora bien, si es así la forma en que se concibe el TDA-H dentro de la Secretaria de Educación, hemos constatado la predominancia de un entendimiento médico de dicho trastorno. Aun cuando ahora se ha introducido a psicólogos en los planteles educativos, la labor de estos es básicamente psicoeducativa y nunca terapéutica, aun cuando se piensa a este trastorno como una enfermedad.
Hay datos que muestran como la medicalización de este trastorno se da únicamente de lunes a viernes y en horario escolar (expedientes personales que no puedo mostrar por razones éticas, pero que son prueba del manejo por parte de quienes diagnostican este trastorno). Es curioso observar que el trastorno toma los sábados y domingos de descanso, activándose una vez más los lunes por la mañana, haciendo necesario así el medicamento en el horario escolar. Este hecho lo justifican los médicos diciendo que el medicamento debe de interrumpirse en ciertos días para dejar descansar al organismo, pero ¿cómo entender que durante las vacaciones de verano también se puede dejar de medicar al niño durante meses? ¿acaso el trastorno deja de ser una enfermedad en el hogar para convertirse en una chiflazón, y viceversa al encontrarse en el salón de clases?
Lo anterior hace pensar que efectivamente el TDA-H es una patología, pero no orgánica, sino escolar, pues dicha enfermedad parece solamente tratarse en la escuela, fuera de ella el niño no necesita de los medicamentos. Asistimos, pues, al tratamiento de una patología en la vida escolar.
Ante esto se nos imponen algunas conclusiones, existe una patología escolar, pero es precisamente la propia escuela quien la propicia, el alumno no solamente es diagnosticado en la escuela, sino “enfermado” en ella. La escuela hoy se ha convertido en un centro de salud.
Considerar este problema como propiciado por el ambiente escolar brinda a su vez la posibilidad de proponer un cambio en éste, o bien, cambiar la concepción médica de este trastorno, pues pudiéramos decir que efectivamente el niño padece un déficit de atención, pues carece de atención, no es puesta en él y sus características, dejando únicamente la posibilidad de llamarla por medio de actos que favorezcan un trato digno o particular, quizá el mayor problema radica en no comprender la demanda y tratarla como un síntoma más a eliminar.
Etiquetar con trastornos y enfermedades que se basen en sustratos orgánicos deslinda toda responsabilidad de atender a las necesidades propias del niño, produce un desligamiento entre maestro-alumno, ya que el problema que presenta en el salón se le hace responsable únicamente el alumno, dejando fuera la posibilidad de una respuesta del maestro.
Además, el olvidar el fundamento subjetivo de la distracción en el salón, deja de lado también la posibilidad de comprender al caso único y particular, el cuestionar los motivos personales que hacen que la atención del alumno se evada a fuentes no directas con la educación, y antes de pensar en qué hace el maestro o qué implicación tiene ahí él como docente y figura de autoridad, además de la propia escuela como institución en decadencia, se piensa al alumno como enfermo al preferir seguir con su atención a una mosca antes que las explicaciones del profesor.
Propongo, pues, entender que sí existe el Trastorno por déficit de atención, pero este no está en el alumno, menos aun en la descompensación de neurotransmisores, sino en el exterior del sujeto. Es decir, el trastorno que sufre el niño es por el déficit de atención que padece. Efectivamente sufre un trastorno por el déficit de atención que tiene, se le presta poca atención y el medicalizar y silenciar el síntoma es agregar un motivo más para incrementar su prevalencia, pues no se escucha la demanda.
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[1] Alberto Del Castillo. Conceptos, imágenes y representaciones de la niñez en la ciudad de México 1880 – 1920. 2006
[2] F. Fukuyama. El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica. 2003
[3] Patricia Huesca. En México hay un mal diagnóstico del trastorno por déficit de atención. Asociación Mexicana por el Déficit de Atención Hiperactividad y trastornos Asociados A.C. El url de este documento es: http://www.deficitdeatencion.org/ago2006_06.htm
[4] F. Fukuyama. Op. Cit. p. p. 86
[5] Interesante es que sea criticado de “altamente subjetivo” cuando precisamente lo que busca eliminar el DSM-IV es todo rastro de subjetividad y basarse en verdades indiscutibles.
[6] DSM-IV. Versión electrónica
[1] Alberto Del Castillo. Conceptos, imágenes y representaciones de la niñez en la ciudad de México 1880 – 1920. 2006
[2] F. Fukuyama. El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica. 2003
[3] Patricia Huesca. En México hay un mal diagnóstico del trastorno por déficit de atención. Asociación Mexicana por el Déficit de Atención Hiperactividad y trastornos Asociados A.C. El url de este documento es: http://www.deficitdeatencion.org/ago2006_06.htm
[4] F. Fukuyama. Op. Cit. p. p. 86
[5] Interesante es que sea criticado de “altamente subjetivo” cuando precisamente lo que busca eliminar el DSM-IV es todo rastro de subjetividad y basarse en verdades indiscutibles.
[6] DSM-IV. Versión electrónica
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