jueves, 11 de septiembre de 2008

El narcisismo como un valor posmoderno

Narciso. J. Zatón.


por José Vieyra Rodríguez

“Los valores son cualidades irreales…
solo de cierto modo y habida cuenta de la pobreza del lenguaje
puede admitirse que los valores 'son'.
José Ferreter Mora

“El ser amado constituye el fin y la satisfacción
en la elección narcisista de objeto”
S. Freud



Antes de entrar directamente en materia, es preciso señalar qué es lo que se entiende actualmente por el término de valor, puesto que, como es costumbre, un concepto filosófico es utilizado por todos, obviando su significado y marco desde dónde es referido.

Valor, es utilizado dentro de la filosofía desde Platón, él consideraba al valor equiparable al ser[1]. Podría entonces entenderse que el valor es, una polémica que en cierto grado ha sido superada (y aumentada con la teoría del relativismo de los valores). No obstante, es retomado de esta manera (platónica) en el marco de la ideología posmoderna, en donde comienza una vez más a pensarse en valores universales, inherentes a todo contexto social o cultural, entendiendo una vez más al valor como ser en sí, es decir, al ser como valor, por aquello que vale.

Precisamente aquí se inscribe nuestra cultura popular mexicana, en la que somos bombardeados por comerciales, conferencias, libros y demás medios de comunicación, invitándonos a realizar ciertos valores.

“Tienes el valor o te vale” reza la última frase de un comercial. Imponiendo el valor como ser en sí, como entidades objetivas u objetos ideales que tenemos que perseguir, que poseer, leyendo a la letra, ¡hay que ser valioso, tener valor! ¿Acaso no es esta una marcada ideología en la actualidad?, definirse por aquello que se posee, ahora incluso definirse por el valor, ser honesto, sincero, respetuoso, justo y un largo etcétera. El ser en función única del valor (en sus dos acepciones, incluyendo el valer, aun cuando en este artículo trate de una manera directa a los valores en su relación a la moral, es imposible, por el propio equívoco que provoca el lenguaje, pensar en que no hablamos también del valor en cuanto a términos de precio, puesto que también se impone el pensar que quien más valores tiene es más humano, relación de cantidad, como si el ser humano se pudiera cuantificar).

Sin intentar crear un aporte a la teoría de los valores, circunscribo por el momento la forma en que son tomados en nuestro país comúnmente a estos.

Si entendemos, pues, a los valores como aquellas “virtudes”, como lo positivo (sin discutir en relación a qué parámetro nos refiere lo negativo de lo positivo) pero además como un imperativo al cual debemos aspirar, para poder ser. Entonces, propongo deternernos un momento y sin prestar por ahora atención a la utilidad o beneficio que nos trae tener, realizar o ser conforme a ciertos valores, me interesa remarcar uno en especial, que pasa desapercibido puesto que no es conveniente hablarlo directamente aún cuando esté presente en el discurso diario de todos, me refiero, ahora sí, al narcisismo.

Básteme dar un ejemplo para intentar clarificar a lo que me refiero cuando hablo de la imposición del narcisismo como valor:

Unos días atrás escuchaba la radio, por la mañana un locutor invitaba a ser mejor persona y comportarnos cada día mejor con los demás, para lo que dio un ejemplo particular que me servirá a mí para ilustrar la idea principal de este escrito. El locutor decía: “ahora a los hijos no les importa tratar bien a sus padres, los adolescentes son rebeldes y groseros con sus papás, yo realmente les invito a no ser malos con ellos. Yo por ejemplo, ahora que mis padres son mayores los comprendo y los trato muy bien, porque además no me gustaría que mis hijos me trataran mal cuando yo tenga esa edad”.

Este locutor podría jurar estar dando un mensaje positivo y de bien, pero dentro de su propio discurso está la ideología de una propaganda del narcisismo como valor que debemos practicar. Al decir él “los trato muy bien… no me gustaría que mis hijos me trataran mal” no es más que invitar a hacer aquello que queremos que los otros hagan por mí. Es decir, llevar a cabo el bien en función del beneficio propio, no por la intrínseca necesidad del bien por sí mismo. Es la clásica ideología “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”, pero maquillado de bondad y valor, cuando en su base solamente está el propio amor a sí mismo.

La fotografía digital que sirve para ilustrar el comienzo de este artículo, muestra la clásica imagen de Narciso contemplando su propio reflejo en el lago. El locutor, a lo que nos invita no es a ser bondadosos o amables con nuestros padres por el simple hecho de ser seres humanos (bien podría ser un humanista), familia (una mera coincidencia de lazo consanguíneo) o por el bien que ya de por sí nos hicieron en algún momento. Sino incluso ser buenos solamente por aquello por lo que podríamos seguir obteniendo un beneficio. El amar en función de ser amado, elección de objeto narcisista lo llamó Freud en 1914 [2].

El narcisismo primario es una etapa constitutiva del ser humano, es un momento que todos pasamos, pues ante la desvalidez y necesidad de ser amado para sobrevivir el infante entra en un momento de narcisismo, pero a lo largo de la vida todos continuamos en el denominado narcisismo secundario, al cual ahora se nos invita abiertamente con la más-cara idea de valor.

Invitados estamos a ver al mundo a través de la imagen propia, al prójimo en función de mi imagen en su estado (identificación), si no cómo explicar cuando damos una limosna para calmar la angustia que nos provoca pensarnos en ese estado, sin percatarnos, como lo hace Nietzsche, que “el mendigo dista de sentir su miseria con tanta intensidad como finge si quiere vivir de la mendicidad”[3], el mendigo lo sabe bien, apela al reflejo del lago de narciso.

No apartarnos del bello reflejo del lago, sino entender a los demás por medio de éste es la invitación diaria. En la actualidad, el narcisismo es ya un valor, y tú ¿tienes el valor o te vale?


______________________
[1] J. Ferreter Mora. Diccionario de Filosofía II. 1969. Ed. Sudamérica. Bueno Aires.
[2] Freud, S. Introuducción al narcisismo. 1997. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid.
[3] Nietzsche, F. El caminante y su sombra. 1994. Ed. S.L. Madrid.

miércoles, 3 de septiembre de 2008


Control de calidad en los humanos: borrar las diferencias; prescindir de la diversidad; lapidar a la subjetividad.


por José Vieyra Rodríguez

“La equidad allana nuestras pequeñas diferencias
para restablecer la apariencia de igualdad,
y pretende que nos perdonemos muchas cosas
que no estaríamos obligados a perdonarnos”
Nietzsche. El caminante y su sombra. Aforismo 32.


En la época actual, que todo es medido por calidad, ha tendido el propio ser humano a entenderse de la misma manera que un producto (incluso esta es una acepción para llamar al feto, recordemos que hay lugares en los cuales incluso se puede abortar si es detectada una malformación en el feto, si "el producto viene mal"), aun cuando en apariencia el discurso sea el opuesto. Ahora se habla de una aceptación a todos, respetando los gustos, la ideología, creencia, preferencias y demás adjetivos que nos son vendidos como “positivos” y que serían un ejemplo de la diversidad. Se dice que cada día ganamos en equidad, cuántas veces hemos oído hablar de la equidad de género y sus logros. También en la educación aparentemente cada vez es menos elitista, supone que el hecho de ponerla al alcance de todos es el único objetivo.

Detrás de todas estas máscaras de bondad y alegría, encontramos un discurso latente, la universalización de todo, es decir, trabajo igual para todos sin importar el sexo, una educación uniforme sin importar las diferencias de cada sector (ya no digamos de cada alumno), un derecho universal al acceso de todos a lo mismo, sin darse cuenta que esto no solamente no es un avance, sino que incluso representa un retroceso.

Para muestra expondré dos ejemplos de los temas entredichos anteriormente. Por un lado está la “igualdad” en los sexos. Aquí la primera objeción que vendrá en favor será decir que los defensores de la Equidad de Género no hablan de igualdad, sino de equidad en las diferencias. A lo que asalta la pregunta, ¿cuáles son para ellos estas diferencias? Comúnmente se habla en relación a una igualdad de derechos, también de obligaciones, y por ende se deduce de todo sustrato social en relación al género, dejando únicamente como diferencia a la anatomía, ¿son estas a las que se refieren cuando hablan de diferencias?

Esto se puede revertir peligrosamente, si buscamos una igualdad en el ámbito social, ¿qué diferencias dejamos en el anatómico que repercutan en la intersubjetividad? ¿La respuesta acaso nos la dará la biología, o mejor dicho, la biotecnología, que nos responderá diferencias en pautas de relaciones sociales marcadas y determinadas por la anatomía (cerebro, genes, neurotransmisores, etc.)?

Hoy no se puede pensar en dos géneros en la sociedad, la equidad de género busca la unificación de éstos, si no cómo entender que no se hable de “Equidad de géneros” sino de “genero”, el único discurso ahí es el de una homologación de géneros, el llamado por la voz popular unisex (ropa, desodorantes, estéticas, modas, son calificadas de esta manera, se entiende, pues, que se habla de un unigénero, eliminar incluso en las apariencias la diferencia).

Por esto se consigue además que las obligaciones sean iguales, los derechos también, pero las posibilidades se unen en este rubro, ya no importa la diferencia social, cultural, psicológica. Incluso en el afán de emancipar a las mujeres no dudo que se terminará persiguiendo a aquellas que quieran seguir en el clásico rol de mujer ama de casa, es decir, no hay posibilidad de elección, hoy las mujeres trabajan, estudian y son productivas (encajando perfectamente en el modelo capitalista, en donde la producción es el objetivo).

Si la búsqueda de igualdad va en el sentido de una uniformización de los géneros, el peligro es ser reducido a un solo género, que no haya diferencias, no osar querer ser hombre con cierto rol específico, mejor ser transexual, mujer u hombre, pero marcados por un solo calificativo; la igualdad.

En cuanto a la educación es algo más cotidiano de lo que creemos, el discurso de la eliminación de las diferencias es notable. Hoy en las escuelas a los alumnos que antes no se les aceptaba en una escuela regular, son llevados al aula con sus "pares" a recibir la misma educación. Me refiero a todos los niños ahora denominados por la Secretaría de Educación como Alumnos con Necesidades Educativas Especiales, pero que, paradójicamente, no son atendidos de esta manera, son incluidos en el salón y tratados por el mismo maestro. No se brinda esa atención al caso en particular, es decir, se piensa en un supuesto lugar al cuál debería pertenecer, un lugar en el cuál suponemos debe estar (comparación; estadística) y borramos el rastro de humano insertando al alumno con otros tantos que no comparten su particularidad.

Esta es en buena medida en discurso de la equidad, que todos los alumnos sean tratados de la misma manera. Las calificaciones en algunas instituciones educativas hoy son arrojadas por un sistema que evalúa de la misma manera a todos, tratando de dejar fuera incluso al rastro de la subjetividad del maestro. Los alumnos-maestros son autómatas, no importa qué le pasa a cada uno, la relación o las necesidades, los maestros se transforman en meras computadoras y los alumnos en datos.

Esto implica también un retroceso, puesto que muchos de los derechos, que después se convertirán en obligaciones, se crean a partir del más débil o desprotegido, dejando así rezagado el desarrollo de los demás. Nadie negaría que la inclusión de un alumno con retraso mental o sindrome dawn en un salón con treinta alumnos que no comparten esta característica, retrasa el progreso de todos, puesto que el maestro tendrá que poner cierto tipo de atención a éste pero dejará parados a los demás, en el mejor de los casos cuando se brinda esta atención especial se pierde la de la mayoría. La solución no radicaría en la inclusión del alumno retrasado, sino en la creación de centros para la atención especial, es decir, la equidad no funciona en este nivel, ni siquiera a manera práctica.

Todo esto no es más que un problema estadístico, se piensa en términos de calidad, de que todos seamos idénticos, es decir la imposición de una identidad. Por esto, se cree que la mayoría es el modelo para todos, quien no se adapte, ya sea por una deficiencia natural (orgánica) o por una divergencia en el pensamiento, debe ser conducido al sendero de la normalidad, que no haya diferencias, ignorar a los débiles (que supuestamente debieron ser fuertes, como los demás), ocultar a los diferentes, callar a los locos (aquellos fuera de lugar, como refieren algunos por su etimología, como si el lugar de la mayoría fuera el idóneo).

Citar una sentencia de una autoridad siempre revalora las opiniones, pues quien habla por si solo su decir es tomado como un pensamiento a la deriva: “Esas monstruosas aberraciones del igualitarismo procustiano derivan de la sobrevaloración del “derecho”, que sustituye a la justicia… el derecho es por su propia naturaleza unívoco, en tanto la justicia tiene en consideración la diversidad de las criaturas” escribe Georges Devereux en Mujer y Mito.