sábado, 28 de febrero de 2009

Mi duende campirano

Pensé en comenzar con una frase como “Hoy mi duende campirano partió”. Sin embargo al escuchar este verbo en pretérito perfecto simple, es imposible no encontrar sus múltiples acepciones: dividir, hender, distribuir, romper, distinguir, separar, finalizar, concluir, empezar, desbaratar, desconcertar, anonadar, todas estas palabras pueden de alguna manera, -según un diccionario- ser sinónimos de partir. ¡Qué ironía! ¡Qué ridículo que una sola palabra pueda significar final y comienzo!, qué estúpido que pueda decir “hoy mi duende campirano partió” y no saber si la acción del verbo recae sobre el propio duende -al haberse ido él-, o acaso digo que el duende realiza la acción de partir algo, pero ¿a qué parte?, ¿a mi historia? Y si se va, la pregunta retorna: ¿a qué parte? Encuentro absurdo intentar articular algo como “Partió por la mañana” y encontrarse ante dos significados, el primero, que se fue, lo que quiere decir que de alguna manera termina, pero la partida es a la vez comienzo, pues se tiene que partir constantemente, quizá nos tengamos que partir constantemente.

Saramago dice que “las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran a dónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos”. En la frase con que pensé comenzar mi relato aparecen todos estos elementos y sigo sin decir algo. No sé decirte hasta qué punto estoy de acuerdo con el portugués, lo que sé es que una palabra que pueda significar tantas cosas sigue sin ser suficiente para decirlo todo.

Por eso, sin más, me he decidido no comenzar con esa frase, mejor te diré quién es ese personaje del que hablo, quien me hace disertar sobre las palabras adecuadas. Sin pretensión exagerada diré que acerté en llamarlo mi duende campirano. Sí, el cabello largo y revuelto, pareciendo estar despeinado, y sus zapatos puntiagudos, con esa suela lisa, evidenciaban su condición de duende, pero la particularidad de su camisa a cuadros y sus pantalones de mezclilla me hicieron sustantivar lo que a primera vista era un adjetivo. En cuanto al pronombre posesivo, no está de más, denota pertenencia, al final es mío y de nadie más, quizá por eso nadie ha podido verlo. Y así, surgió el nombre por el que me referiré de aquí en delante.

Intentaré ordenar mis ideas para ti, por lo pronto te digo, lo conocí hace más de dos años. No es que no tuviera idea de su existencia antes, pero había aparecido como tantos seres que uno observa, ajenos y lejanos, sin importancia real. La verdad es que aún no me he terminado de explicar cómo, un día coincidimos y comenzamos a charlar. Algo que continuó siendo más frecuente conforme el tiempo pasó. Y así, sin más, ese duende se convirtió en un compañero, después en un amigo y después en parte de mí. Ahora reflexiono lo que te acabo de decir, tal vez, por el contrario, partió de mí y después se convirtió en compañero y amigo, una vez más partir, mejor rodear este problema.

Esto último, que es parte de mí, lo he pensado más de una vez, pues hay quien me ha dicho que es una creación propia, que mi duende campirano no existe, algo que por momentos estoy dispuesto a admitir. Algunos a este exceso le llaman locura, yo, consintiendo su falsa imagen acústica le he llamado “lo-cura”. Sí, pues más que vivir su presencia como enfermedad mental la he vivido como aquello, que por el contrario, alivia, lo-cura, que ¿a qué? a la verdadera enfermedad, tal vez soledad.

Haces bien en preguntarme a qué viene todo esto, a qué me refiero con que se fue. Pues bien, te diré que aún no entiendo el cómo y el porqué pero un día, sin más, me dijo –José, me voy a ir- en principio no le creí, pensé que era otro de sus chistes o comentarios extraños, pero continuó diciéndolo cada vez que conversábamos. Sus argumentos fueron ajenos a mi entender, lo único que sé es que se va porque tiene que hacerlo. ¿Cómo dejar ir a quien se ha convertido en uno mismo? No lo podía hacer, por lo que pensé en retenerlo.

Mis primeros intentos fueron absurdos, le pedí que no lo hiciera, no sirvió. Entonces me pregunté ¿cómo retener a quien parece que nadie ve, tan sólo yo? Entonces fue fácil la respuesta, ser yo mismo para reflejar su ser en mí. Admito que tampoco funcionó. Pensé entonces, si llegó de pronto, de la misma manera podría irse, así que lo puedo impedir por la fuerza. Ideé una jaula en la cual le pediría que entrara y si se negaba lo obligaría. Lo tomaría de sus cabellos y lo aventaría dentro, lo vería sufrir en su cautiverio, pero lo (re)tendría. Lloraría a causa de su libertad coartada, pero al final, terminaría por acostumbrarse a un espacio pequeño y sin salida. Te lo comento, lo admito y me siento miserable, no hubiera podido hacerlo, pero tampoco quería quedarme sin mi duende campirano por un capricho de éste. Te mentiría si te dijera que no lo maldije, cómo era posible que ese ser tuviera voluntad cuando supuestamente partió de mí. Sí, lo sé, hoy también partió de mí.

¿Sabes? Paso revista a lo que viví con él, y me siento feliz. No porque haya sido todo como yo lo hubiese querido, sino porque el simple hecho de encontrarlo me dio felicidad. Hubo días que no pasaron sin verlo, semanas enteras compartiendo mi vida con él, hubo otros en los cuales desaparecía y no sabía nada de él, salvo que andaba por ahí, esa certeza la tenía y con eso me bastaba, porque al final, sabía que volveríamos a vernos, a buscarnos pues éramos uno parte del otro.

¿A qué me refiero con que com-partimos tanto? ¿Qué era de lo que charlábamos al vernos? No sé cómo explicarlo, no creo que me puedas entender. En nuestra última conversación me dijo que era algo privado, mi duende campirano me dijo en voz baja, -lo nuestro sólo nosotros lo sabemos-.

Sé que hay quien podría jactarse diciendo que estoy curado, que admitir la transitoriedad de un ser que nadie más podría ver, es la clara muestra de mi recuperación de la nerviosidad que me aquejaba. Pero ellos, son charlatanes, soldados de la realidad indisoluble dispuestos a maniatar a quienes nos negamos a vivir como ellos. La verdad es que, si quieres que te sea sincero, no es el primer ser que irrumpió en mi realidad así. Hace años había conocido una mariposa parlanchina, pero la última vez que la vi me asusté, en ella había sucedido lo contrario a lo esperado, había pasado de mariposa a oruga.

Basándome en lo anterior, no creo que sea imposible que aparezca un nuevo ser en mi vida, no sé siquiera si se mantendrá mi duende campirano. Cuando se fue, a diferencia de Quetzalcóatl, no prometió volver. Pero si este dios lo dijo y no lo hizo, espero que mi duende campirano lo haga sin decirlo. Porque además, dejó tantas cosas pendientes que perdí la cuenta, espero volver a verlo y cumplirlas, una por una. Pues aun cuando veo algunos otros seres que se asoman a mi realidad y pretenden introducirse en ella, no se los permito, en este sentido, no sé qué vaya a suceder.

No me resta mucho por contarte, salvo que el jueves fue su última visita, la cual, tengo que decírtelo, me dejó con una sensación de felicidad. No volveré a verlo en mucho tiempo, y hoy el recuerdo comienza a aquejar mi cabeza. Lo dejé ir, quizá mi duende campirano, intermitente como sólo él, tenga que seguir irrumpiendo en la realidad de otros tantos como yo, quizá vuelva o yo vaya a buscarlo a donde quiera que se encuentre. No lo sé aún, hoy mi duende campirano partió.


J.V.R.

miércoles, 18 de febrero de 2009


Cuentos de Penélope: De cómo dejé de esperar.

Hoy por fin has regresado. Regresaste un tanto diferente, con frío, diría yo. De la espera mejor ni hablar. El alma se me desgarraba sólo de pensarte, de pensar si volverías... Pero he dicho que ni hablar. La piel que te cubre, sin duda, ya no es la misma, bien dicen que el tiempo no perdona. Tus labios ya carecen de la vida de antaño, esos labios que mordía y que después me hartaban.

Honestamente, el recuerdo de tu voz era lo único que me mantenía esperándote. Tu risa era el único rocío que de vez en cuando mojaba este desierto, este desierto que soy yo sin vos. Pero regresaste, bien, ya llegaste y eso es lo que cuenta, el corazón late con fuerza, no me importa lo mal que te ves. Te voy a besar, como en los buenos viejos tiempos... pero tus labios no tendrán calor ni color...

En fin, que bueno que regresaste, Penélope, aunque sea en esa fría y horrible caja gris, que bueno que regresaste, Penélope; ya no esperas ni te espero más.


Ricardo Rodríguez
- Con amor a todas aquellas Penélopes, a sus hijos, a sus maridos
y a los grises viajeros que nunca la reencontraron.
Fin.


domingo, 15 de febrero de 2009


Narcisismo o Actos de amor


por José Vieyra Rodríguez


"El egoísmo no encuentra un límite más que en amor a otros,
el amor a objetos"
S. Freud


"Lo que amo, en la medida en que hay un yo
donde me fijo por una concupiscencia mental,
no es un cuerpo... sino una imagen que me engaña
al mostrarme mi cuerpo en su Gestalt, su forma"

Jacques Lacan



Dos tipos de motivaciones existen en el ser humano para aquellas acciones que realizamos, por un lado están las que nos refuerzan nuestro narcisismo(1), nuestro propio amor, y las hacemos a conveniencia, ya sea directa o indirectamente, y por el otro los actos de amor.

Un ejemplo del primer tipo de narcisismo, es la conveniencia directa pero bien vista socialmente, como lo es el estudiar, en donde se accede a tener reconocimiento, poseer un saber ante los demás, un título que te hace oficialmente competente y otorga simbólicamente autoridad al yo.

Los segundos actos narcisistas, pueden ser actos comúnmente denominados “egoístas”, y que no son valorados socialmente, estos son aquellos en los que al yo no le importa ir en contra de un beneficio común(itario), o incluso no solamente no crear un beneficio, sino perjudicar y actuar únicamente pensando en lo que le conviene, como lo pueden ser el robar, mentir para evitar un castigo, etc. Así pues, están los actos socialmente bien vistos y esperados como estudiar, ser limpio, tener un buen trabajo, etc., y los actos condenados socialmente pero muy practicados que son los que perjudican o van en contra de la cultura y las reglas de convivencia pero que benefician directamente al yo. Pero también existen un tercer tipo de actos narcisistas, aquellos que incluso son, a diferencia de los dos tipos anteriores, de extraordinario beneficio hacia los semejantes, nombrados como caridad o lástima hasta altruismo, humanismo o filantropía.

Por ejemplo, en lemas tan antiguos como el adjudicado a Confucio: “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti” en donde se es pasivo en la agresión para un beneficio propio, o en la tradición judía con el mandamiento “«No matarás» [que] nos da la certeza de que somos del linaje de una serie interminable de generaciones de asesinos que llevaban en la sangre el gusto de matar(2), hasta llegar al cambio que se da con el cristianismo en que se pasa de la pasividad de no hacer el daño a la actividad de ayudar pero sólo en función del amor propio, como lo menciona Freud; “«Amarás al prójimo como a ti mismo»… y un segundo mandamiento que me parece aún más inconcebible… «Amarás a tus enemigos.» Sin embargo, pensándolo bien, veo que estoy errado al rechazarlo como pretensión aun menos admisible, pues, en el fondo, nos dice lo mismo que el primero(3), es decir, amar en función de la propia imagen y amor a sí mismo: narcisismo. Así, quien más esté unido a las normas judío-cristianas de los mandamientos, se descubre pronto que sólo es en búsqueda de la salvación y vida eterna, así, se prefiere ser infeliz aquí para obtener el beneficio eterno después de la muerte fisica.

Admitiendo que bien, los actos aun los que parecen los mejores y más sinceros se pueden convertir o descubrir tan sólo como actos de amor a sí mismo, parece ser esta una visión pesimista de lo que el ser humano puede hacer. Pero nos queda aún por hablar de los actos particulares, pequeños, incluso actos discriminantes (en el sentido estricto de "discriminación", que significa distinguir). Es decir, esos que no se hacen a todas las personas, sino que se crea una distinción entre a quiénes hacerlos, que aunque parece ser aún más egoísta, termina por no serlo, puesto que los actos de amor a los que nos referimos, son aquellos que se hacen a las personas que se quieren por el simple hecho de amarlas, este es un verdadero desequilibrio a la estructura del yo, incluso yendo en contra del beneficio directo de éste. Seguimos aquí a lo propuesto por Slavoj Zizek “Amor es un acto extremadamente violento, amor no es “los amo a todos”, amor significa, selecciono algo… es la estructura del desequilibrio, aun cuando esto sea sólo un pequeño detalle, una frágil persona individual… yo digo “te amo más que a cualquier otra cosa”, y en este preciso sentido formal es el mal(4) . El mal que no debe ser entendido desde la moral ya revisada anteriormente, sino el mal porque va en contra de un equilibrio del yo y su supuesto control sobre la realidad, por eso, al amar se hacen cosas irreconocibles, catalogadas por el yo como estúpidas. Y así, entendemos que estos actos estúpidos, incontrolables y discriminatorios son en realidad verdaderos actos de amor, actos que no se hacen a cualquiera, ni tampoco por un beneficio, sino a alguien en específico por el amor mismo.

Restaría aún revisar la manera en que el yo se enamora, o para decirlo en términos psicoanalíticos, elige su objeto de amor, entonces caeríamos una vez más en que puede ser por una elección narcisista, o bien por apuntalamiento(5), pero en este sentido, encontraríamos el porqué de la elección de un objeto y no de otro, mas no la anulación de que dichos actos sean actos verdaderos de amor.

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1. «El término "narcisismo" se emplea en psicoanálisis para designar un comportamiento (Verhalten) por el cual un individuo "se ama a sí mismo" o, en otras palabras, un comportamiento por el cual trata a su propio cuerpo como se trata habitualmente al cuerpo de una persona amada.» Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis. El aporte Freudiano. Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Edición digital.
2. FREUD, S. De guerra y muerte. Temas de actualidad. (1915) Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1998
3.
FREUD, S. El malestar en la cultura. (1930) Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1998
4. Žižek! (Documental) Dirigido por Astra Taylor, USA, 2005.
5.
FREUD, S. Introducción al narcisismo. (1914) Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1998

miércoles, 11 de febrero de 2009

De los recuerdos

¿Te acuerdas de lo que eramos?¿Te acuerdas de quiénes eramos? Han pasado lentos y largos años.

No digo que sea malo, solo digo que pudieron no haber pasado. No nos habríamos consumido al calor de los recuerdos y, sobre todo, al calor de la duda:

"¿Que habría pasado sí...?"

Ricardo Rodríguez

viernes, 6 de febrero de 2009

Respuesta involuntaria


Se había estado preguntando desde hacía tiempo porqué le había ido tan mal en su vida. Incluso pensó que un obscuro placer de no ser feliz lo gobernaba, ya no buscaba culpables externos.

Ello y tantas otras cosas se decía para darse respuesta a ese sentimiento de vacuidad que se había tornado cotidiano. Hasta que un día, después de que la municipalidad pavimentó de nuevo su barrio y comenzó a poner nuevos letreros en las esquinas, lo comprendió. Había un letrero que no había cambiado, éste lo decía todo (estaba en la esquina de su cuadra); lo leyó y resignado sonrió, su vida había transcurrido en una “Calle sin salida”.

J.V.R.

martes, 3 de febrero de 2009


Cuentos de Penélope: Todo se vuelve más oscuro.

Todo se vuelve más oscuro. Me siento tan cansada, han sido muchos años y, sobre todo, muy largos... ya pesan sobre mis hombros, como pesadas losas de... de recuerdo, sí, de recuerdo; por que no hay nada más pesado que el recuerdo, sobre todo cuando se trata del recuerdo de lo que nunca fue. Mi piel hoy no es más que un cúmulo de pliegues, y en cada pliegue guardo una pena. Mis ojos, "Tristes a fuerza de esperar"... es decir, tristes a fuerza de saber que nada de lo que él dijo pasaría. Mis labios, secos de él, secos de la pasión que nunca probaron, secos de la vida que desde esa tarde, nunca volvieron a tener. Lo más vivo que queda en mí son mis manos, porque loca loca, pero bien que me tenían trabajando; ¡Cómo añoro cuando menos, volver a trabajar! Pero no, ya no, ya nada de eso volverá, peor aún, ya nada vendrá. Todo está volviéndose tan confuso, no entiendo nada de lo que me dicen, pero como los veo llorar... todo se vuelve más oscuro, no puedo hablar, o cuando menos, no me entienden, o cuando menos, no entiendo que me entiendan, como ha sido durante los últimos sesenta años. Todo se vuelve más oscuro; tan oscuro como la luz...

Ricardo Rodríguez

lunes, 2 de febrero de 2009


Ante el suicidio; la (in)certidumbre


por José Vieyra Rodríguez


El suicidio; “eso” que se nos presenta la mayor de las veces como inesperado, nos conmociona y nos interroga, nos arroja lo más propio del ser humano, en tanto es el único animal que lo hace.

La semana pasada llegué por la mañana a la preparatoria para la cual laboro como docente, y encontré que el grupo hacia el que me dirigía no había asistido a clases, el motivo –me enteré unos minutos más tarde- fue que un compañero del grupo había muerto y estaban todos los alumnos en el velorio.

Hasta donde tengo conocimiento, el joven, de quince años de edad, se colgó en el árbol del patio de su casa. El motivo, según dicen, es amoroso, una amiga (que conoció en la preparatoria) no le correspondió y éste al insistir y no encontrar la respuesta buscada, terminó por decepcionarse tanto que prefirió suicidarse, no sin antes mandarle un mensaje por celular a su amiga en el cual decía poco más o menos que lo perdonara por la estupidez que iba a cometer. También escribió una carta para ella la cuál no he sabido el contenido.

Durante la mañana que narro, supe también que la abuela del joven envió otro mensaje a la chica diciendo que ojalá esté feliz pues ya logró lo que quería. Y así, la abuela culpa a la chica del suicidio y logra entender el suceso, responde a todas las posibles preguntas que le arroja la situación, calma su angustia al tener una imagen hacia la cual dirigir su impotencia.

Por su parte, la institución escolar no sabe cómo responder ante el hecho, en ella no existe departamento de psicología y lo único que aciertan a saber los miembros administrativos de la preparatoria es la necesidad de hacer algo, pero seguramente, nada se hará. Los motivos; muchos. Comenzarán por pensar en la creación de un departamento de psicología en donde se brinde orientación y apoyo, quizá hasta terapia dentro de la misma escuela (como otras instituciones lo hacen) pero decepcionados ante los pocos recursos que se brindan y sin un quinto en el bolsillo para ello terminarán en buenas intenciones y un trago amargo que pasar.

Aun así, no debe dejar de plantearnos una buena cantidad de interrogantes esta situación y aunque sepamos el desenlace decepcionante que en algunos aspectos es imposible de remediar (como en los administrativos) es necesario no quedarnos como si fuera “un caso más”.

Por una parte, es sumamente llamativo la edad del chico, por otra parte también creo que es imposible desligar a la escuela del suceso (ahí se conocen, son del mismo grupo de amigos) y por último tampoco podemos aislar el momento en el que se da, es decir, ¿qué pasa en la sociedad (escuela, familia, amigos, trabajo, etc.) que no da alternativas a las cuales prenderse (o prendarse) y darle sentido a la vida?

Porque además si no podemos decir que es simplemente un caso más de suicidio, tampoco es conveniente decir que es un caso más de suicidio adolescente, sino entender el caso en particular en donde un chico de quince años se mata por amor, además de no pasar por alto el hecho de que es por medio del lenguaje que se entra en relación, en este caso, incluso hasta el final nos damos cuenta del ser que habla y no termina por acertar (mandar un mensaje, dejar una carta). Recordando también que el suicidio no se da porque no se quiera la vida, sino que no se quiere la vida bajo ciertas circunstancias, como la rebeldía que no es el hecho de no querer obedecer a nada ni a nadie, sino el pedir mejores razones para obedecer. De igual manera el suicidio no es querer morir sino no tener mejores razones para vivir. Además, siguiendo la doctrina psicoanalítica, recordemos que el suicidio no se inflige al Yo, sino al objeto introyectado, por lo que es un sadismo hacia el objeto que ha dejado su sombra sobre el Yo(1), o para decirlo en lo que nos ocupa; no se mata a él, sino a lo que siente por la chica.

Como también lo había mencionado, es trascendental entender el momento histórico en el cual vivimos, pues cada vez es más difícil encontrar razones para vivir, que le den sentido a nuestra vida y nos sostengan en el vertiginoso mundo actual. En la época contemporánea la escuela no es un lugar que brinde elementos de goce, sino por el contrario, de imposición y control. Pero al parecer tampoco hay fuera de ésta nada que posibilite el sostenimiento del sujeto en la vida.

Deborah Fleischer en un artículo llamado El suicidio en la obra de Lacan nos dice “el suicidio melancólico entonces no es un acto. Es una certidumbre de goce cuando el significante ha perdido la batalla ante el duelo imposible”(2). La pregunta se mantiene, ¿es la única manera de responder? El sujeto tiene certidumbre, pero los que atestiguamos el suicidio estamos del otro lado, con la incertidumbre, deseando tenerla, olvidando que el suicidio es una manera de ello, sí, de ello (Es).

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1. Freud, S. Duelo y melancolía. Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1917.
2. Fleischer, Deborah. El suicidio en la obra de Lacan en Antroposmoderno. El url de este artículo es http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=595