Pensé en comenzar con una frase como “Hoy mi duende campirano partió”. Sin embargo al escuchar este verbo en pretérito perfecto simple, es imposible no encontrar sus múltiples acepciones: dividir, hender, distribuir, romper, distinguir, separar, finalizar, concluir, empezar, desbaratar, desconcertar, anonadar, todas estas palabras pueden de alguna manera, -según un diccionario- ser sinónimos de partir. ¡Qué ironía! ¡Qué ridículo que una sola palabra pueda significar final y comienzo!, qué estúpido que pueda decir “hoy mi duende campirano partió” y no saber si la acción del verbo recae sobre el propio duende -al haberse ido él-, o acaso digo que el duende realiza la acción de partir algo, pero ¿a qué parte?, ¿a mi historia? Y si se va, la pregunta retorna: ¿a qué parte? Encuentro absurdo intentar articular algo como “Partió por la mañana” y encontrarse ante dos significados, el primero, que se fue, lo que quiere decir que de alguna manera termina, pero la partida es a la vez comienzo, pues se tiene que partir constantemente, quizá nos tengamos que partir constantemente.
Saramago dice que “las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran a dónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos”. En la frase con que pensé comenzar mi relato aparecen todos estos elementos y sigo sin decir algo. No sé decirte hasta qué punto estoy de acuerdo con el portugués, lo que sé es que una palabra que pueda significar tantas cosas sigue sin ser suficiente para decirlo todo.
Por eso, sin más, me he decidido no comenzar con esa frase, mejor te diré quién es ese personaje del que hablo, quien me hace disertar sobre las palabras adecuadas. Sin pretensión exagerada diré que acerté en llamarlo mi duende campirano. Sí, el cabello largo y revuelto, pareciendo estar despeinado, y sus zapatos puntiagudos, con esa suela lisa, evidenciaban su condición de duende, pero la particularidad de su camisa a cuadros y sus pantalones de mezclilla me hicieron sustantivar lo que a primera vista era un adjetivo. En cuanto al pronombre posesivo, no está de más, denota pertenencia, al final es mío y de nadie más, quizá por eso nadie ha podido verlo. Y así, surgió el nombre por el que me referiré de aquí en delante.
Intentaré ordenar mis ideas para ti, por lo pronto te digo, lo conocí hace más de dos años. No es que no tuviera idea de su existencia antes, pero había aparecido como tantos seres que uno observa, ajenos y lejanos, sin importancia real. La verdad es que aún no me he terminado de explicar cómo, un día coincidimos y comenzamos a charlar. Algo que continuó siendo más frecuente conforme el tiempo pasó. Y así, sin más, ese duende se convirtió en un compañero, después en un amigo y después en parte de mí. Ahora reflexiono lo que te acabo de decir, tal vez, por el contrario, partió de mí y después se convirtió en compañero y amigo, una vez más partir, mejor rodear este problema.
Esto último, que es parte de mí, lo he pensado más de una vez, pues hay quien me ha dicho que es una creación propia, que mi duende campirano no existe, algo que por momentos estoy dispuesto a admitir. Algunos a este exceso le llaman locura, yo, consintiendo su falsa imagen acústica le he llamado “lo-cura”. Sí, pues más que vivir su presencia como enfermedad mental la he vivido como aquello, que por el contrario, alivia, lo-cura, que ¿a qué? a la verdadera enfermedad, tal vez soledad.
Haces bien en preguntarme a qué viene todo esto, a qué me refiero con que se fue. Pues bien, te diré que aún no entiendo el cómo y el porqué pero un día, sin más, me dijo –José, me voy a ir- en principio no le creí, pensé que era otro de sus chistes o comentarios extraños, pero continuó diciéndolo cada vez que conversábamos. Sus argumentos fueron ajenos a mi entender, lo único que sé es que se va porque tiene que hacerlo. ¿Cómo dejar ir a quien se ha convertido en uno mismo? No lo podía hacer, por lo que pensé en retenerlo.
Mis primeros intentos fueron absurdos, le pedí que no lo hiciera, no sirvió. Entonces me pregunté ¿cómo retener a quien parece que nadie ve, tan sólo yo? Entonces fue fácil la respuesta, ser yo mismo para reflejar su ser en mí. Admito que tampoco funcionó. Pensé entonces, si llegó de pronto, de la misma manera podría irse, así que lo puedo impedir por la fuerza. Ideé una jaula en la cual le pediría que entrara y si se negaba lo obligaría. Lo tomaría de sus cabellos y lo aventaría dentro, lo vería sufrir en su cautiverio, pero lo (re)tendría. Lloraría a causa de su libertad coartada, pero al final, terminaría por acostumbrarse a un espacio pequeño y sin salida. Te lo comento, lo admito y me siento miserable, no hubiera podido hacerlo, pero tampoco quería quedarme sin mi duende campirano por un capricho de éste. Te mentiría si te dijera que no lo maldije, cómo era posible que ese ser tuviera voluntad cuando supuestamente partió de mí. Sí, lo sé, hoy también partió de mí.
¿Sabes? Paso revista a lo que viví con él, y me siento feliz. No porque haya sido todo como yo lo hubiese querido, sino porque el simple hecho de encontrarlo me dio felicidad. Hubo días que no pasaron sin verlo, semanas enteras compartiendo mi vida con él, hubo otros en los cuales desaparecía y no sabía nada de él, salvo que andaba por ahí, esa certeza la tenía y con eso me bastaba, porque al final, sabía que volveríamos a vernos, a buscarnos pues éramos uno parte del otro.
¿A qué me refiero con que com-partimos tanto? ¿Qué era de lo que charlábamos al vernos? No sé cómo explicarlo, no creo que me puedas entender. En nuestra última conversación me dijo que era algo privado, mi duende campirano me dijo en voz baja, -lo nuestro sólo nosotros lo sabemos-.
Sé que hay quien podría jactarse diciendo que estoy curado, que admitir la transitoriedad de un ser que nadie más podría ver, es la clara muestra de mi recuperación de la nerviosidad que me aquejaba. Pero ellos, son charlatanes, soldados de la realidad indisoluble dispuestos a maniatar a quienes nos negamos a vivir como ellos. La verdad es que, si quieres que te sea sincero, no es el primer ser que irrumpió en mi realidad así. Hace años había conocido una mariposa parlanchina, pero la última vez que la vi me asusté, en ella había sucedido lo contrario a lo esperado, había pasado de mariposa a oruga.
Basándome en lo anterior, no creo que sea imposible que aparezca un nuevo ser en mi vida, no sé siquiera si se mantendrá mi duende campirano. Cuando se fue, a diferencia de Quetzalcóatl, no prometió volver. Pero si este dios lo dijo y no lo hizo, espero que mi duende campirano lo haga sin decirlo. Porque además, dejó tantas cosas pendientes que perdí la cuenta, espero volver a verlo y cumplirlas, una por una. Pues aun cuando veo algunos otros seres que se asoman a mi realidad y pretenden introducirse en ella, no se los permito, en este sentido, no sé qué vaya a suceder.
No me resta mucho por contarte, salvo que el jueves fue su última visita, la cual, tengo que decírtelo, me dejó con una sensación de felicidad. No volveré a verlo en mucho tiempo, y hoy el recuerdo comienza a aquejar mi cabeza. Lo dejé ir, quizá mi duende campirano, intermitente como sólo él, tenga que seguir irrumpiendo en la realidad de otros tantos como yo, quizá vuelva o yo vaya a buscarlo a donde quiera que se encuentre. No lo sé aún, hoy mi duende campirano partió.
J.V.R.