lunes, 31 de agosto de 2009











De la sexualidad machista



por José Vieyra Rodríguez


El siguiente texto ha sido redactado de manera autobiográfica para fines prácticos (no vaya usted a pensar que es una historia personal), por lo que autor no asegura que haya sido una historia vivenciada por él.

Aquella noche la ligera llovizna no era suficiente para desalentarnos, a un buen amigo y a mí, de no asistir al encuentro ya planeado, encuentro con el placer visual: un table dance.

Arribamos al lugar, tras transcurrir un par de horas y cinco cervezas, dos chicas sobre la pista elevada comienzan a bailar sensualmente en ella y calientan el ánimo (y no sólo eso) cada vez más agitado de los asistentes. La celebre canción November rain de Guns n' Roses empieza a emitirse de las bocinas colocadas estretégicamente en el recinto, a la par, las sensuales bailarinas toman unas latas entre sus manos, es el llamado show de espuma que había comenzado. Agitan los botes y se rocían, se untan mutuamente espuma mientras se besan y tocan, mientras tanto el controlador del sonido y animador, insita a que algún asistente suba a la pista y entre en el show. Unos cuantos dicen querer hacerlo, sin embargo es sólo uno quién se sube entre aplausos y chiflidos de los descontentos y cobardes asistentes vouyeristas. No habrá terminado siquiera la mitad de la canción cuando el valiente se trasmuta en cobarde al negarse a quitarse los pantalones, unos segundos después se acobarda aún más y baja de la pista, los chiflidos continúan y otro hombre se atreve a subir, éste al parecer está dispuesto a todo.

Las chicas -ya desnudas de ropa pero cubiertas de espuma- le quitan todas sus prendas de vestir, él se deja manejar al antojo de las expertas en el arte visual y sexual (con una condensación acústica podríamos jugar y decir expertas en el arte vi-sexual, homófono de bisexual), el segundo chico no se intimida y queda desnudo al poco tiempo, se acuesta y toca los cuerpos voluptuosos de las chicas. El animador dentro de la cabina hace válida su posición de narrador invisible, de voz en off, portador de la palabra y el deseo popular, haciendo intervenciones acertadas tras el micrófono como por ejemplo "órale, tu sueño hecho realidad" o "no que querías dos viejas, ¡a ver que haces con ellas!".

La canción estaba a punto de terminar, pero una malísima mezcla hace que comience de nuevo, entonces el animador vitupera "pero levántate buey, no ves que queremos ver nalgas", no pasa mucho tiempo para que de nuevo intervenga "órale, párate, queremos ver nuevas nalgas" con esto es suficiente para que los asisentes entre risas, burlas y envidia comencemos a corear "¡que se pare, que se pare!", el joven arriesgado se levanta y se da la vuelta, todos reímos y aplaudimos su valentía. Se repite otra vez la canción, el show continua y los besos también, seguirá así hasta la eyaculación del sagaz chico, causada por el sexo oral de una de las bailarinas. La cuarta vez que termina la canción el animador nos ordena aplaudir y despedirnos de las chicas, el show ha terminado.

Aquella noche salimos del tuburio pasadas las dos de la mañana. Aún ahora lo recuerdo, y ¿cómo no hacerlo?, aquella noche fue por demás divertida.


Aquí termina la historia verídica redactada de forma autobiográfica. Ahora bien, hay una parte que a mí me interesa mucho de esta anécdota, y ésta es la evidente homosexualidad entre los que menos creen serlo. Todos sabemos que si hay lugares en donde se (auto)reconocen machistas es en un table dance, el lugar por autonomasia del hombre.

Popularmente se piensa que los hombres quienes van a un cabaret son machos que no pueden ver a las mujeres más allá de objetos sexuales, mercancías a la venta carentes de pensamientos que no tengan el color de un billete. Claro que a esta idea también está su directa oposición, las mujeres quienes están ahí en la mayoría de los casos les gusta esa vida, es fácil caer en la tentativa visión de que son víctimas del mundo de hombres que las han relegado a esa posición y desde donde no pueden más que aceptar su triste papel y sacar un poco de provecho: el dinero. Pero sincerándonos, hay parte de las dos, ni son víctimas ni son las mujeres felices, si tuviera que darles un calificativo yo diría que son, simplemente, teiboleras (dejando a su consideración, estimado lector, cómo se quiera tomar este último calificativo), además, no es mi intención ahondar en la psicología de ellas, al menos por ahora.

Regreso a mi interés. Lo que salta a la vista para mí incluso no es un machismo exacerbado y evidente, sino una homosexualidad por demás manifiesta. Me pregunto cómo explicar la actitud y comportamiento de todos los hombres reunidos en ese lugar, coreando y aplaudiendo a un tipo para verle las nalgas, animando la osadía de levantarse y dejarse ver por todos los asistentes que juran ser bastante machos pero piden a gritos observar un hombre desnudo, no un hombre profesional del ambiente gay o al menos stripper, sino uno común y corriente, uno que bien pueda crear la ilusión de ser ellos mismos.

Por supuesto, la escandalización de esta observación no puede llegar demasiado lejos, diversos pensandores han señalado con anterioridad que el hombre que se reafirma a cada instante es precisamente por su falta de identidad en esa posición, necesita de un otro que le confirme a cada instante su hombria, y si ésta es puesta en duda, siempre se necesitará confirmarla, no para el otro sino para sí, saberse hombre a consta de no serlo, precisamente porque no se sabe qué es ser hombre de antemano. Recordemos los viejos y vulgares chistes o comentarios:

-¿A quién le dices joto? Si no me crees hombre, ¡ponte y te doy pa' qué veas!

- Me la pelas

- ¡Nos los cojimos!

Y tantas otras frases que sirven para aludir a una posición de poder, superioridad y hombría, cuando dejan entever todas ellas el elogio a la homosexulidad más evidente.

Si nos detenemos a preguntarnos porqué de la homosexualidad en los hombres machistas, sería un error, mejor sería preguntarnos el porqué de la sexualidad sin metas definidas de todos, en general, es decir, realmente no son los machistas unos homosexuales, sino que todos los hombres lo somos, la sexualidad no sabe de sexos ni de géneros, la sexualidad es activa y masculina, pero no conoce de pasividades y famineidad.

Es la cultura la que impone los límites y pautas que guían y orientan nuestro comportamiento sexual, es únicamente la cultura la que encausa a la sexualidad, esa sexualidad pérdida por la naturaleza y tan sólo recuperada y controlada, en un pequeño margen, por la misma cultura. Porque al final del camino, sea un cuerpo de hombre o de mujer, así como un objeto que sirva de fetiche o el fantasma incumplido, la sexualidad se empuja hacia el afuera del cuerpo, negando su estatuto biológico-reproductivo, negando su condición corporal y mezclándose constantemente "entre lo psíquico y lo somático". Quizá sea más pertinente señalar que no niega, puesto que ni siquiera lo tiene.

Entonces comprendemos, porqué para el ojo y la percepción psíquica, no hay nalgas de hombres y de mujeres, sino cuerpos, quizá tampoco cuerpos sino objetos, objetos externos que me diferencian y que nada tienen de sexual mas que el libre intercambio de eso que nos hace sujetos.

Entendiendo lo anterior, no nos sorprende encontrar homosexualidad en un establecimiento de supuestos hombres en búsqueda de mujeres, pues la sexualidad no sabe de cuerpos, o diciéndolo en términos técnicos; la pulsión es siempre parcial, por lo que su meta es variante.

Y aun cuando cuando de lo que se trata es del sexo, es de lo último que se quiere saber, la cultura si impone algo -incluso en su normalización de este tipo de lugares- es el hecho de no querer saber nada del sexo, recluirlo y darle cause en supuestos lugares que controlan, cuando aun ahí es clara su constante fluctuación e imposible restricción a metas definidas, la imposibilidad del hombre de pulsiones totales.

2 comentarios:

José Alberto dijo...

Estoy de acuerdo en tu exposición si pensamos en una metafísica de la sexualidad:

La Sexualidad (en cuanto universal, que es la que tú expones) para la cual hay objetos externos (sin diferencia entre hombre o mujer) y la sexualidad (individual) que sí hace la diferencia en su objeto.

José Vieyra dijo...

Claro, incluso haría la observación que preferiría decir que está más cerca de la metapsicología freudiana.

Por supuesto, como universal las pulsiones son parciales, como particular define metas, por eso mencionaba las posibilidades de cuerpos, fetiches o fantasías.

¡Saludos!