viernes, 26 de diciembre de 2008


Nada nuevo bajo el sol...



Se sentó ante aquel lienzo, blanco, pálido, casi viejo... dió un par de pinceladas, unos cuantos trazos y terminó. Se alejó unos pasos para apreciar su obra, y era exactamente igual que al principio...



Ricardo Rodríguez

Metaphysica



En el principio de la literatura está el mito,
y así mismo, en el fin”.
Jorge Luis Borges


Supo que tenía que rastrearlo, así que se dirigió al único lugar en el que podría encontrar los indicios, o tal vez el único lugar en el que su mente pensó, al final no era tan sagaz como creía serlo.

Abrió la puerta, sigiloso se dirigió hacia la luz, la encendió. Entonces los miles de libros se iluminaron ante él, letras en combinaciones ideales formando palabras que, según dicen algunas doctrinas, pueden matar a la cosa, pero hay quienes afirman que decir eso es ignorar que también la crean.

No regresaba a su biblioteca quizá desde hace años, desde que se sintió con el ímpetu de salir y vivir. No supo por donde comenzar, por un momento vaciló al dirigirse al primer anaquel, pero rectificó, se dio cuenta que no tenía la fuerza de aquél autodidacta contado por Sartre como para comenzar por la A.

Mientras caminaba entre los largos pasillos, la rabia lo invadió, porque al final sintió que había perdido, que había vivido tras un sueño enteramente humano mientras dejó ahí, entre obscuridad, a quienes lo acompañaron por tanto tiempo.

Así, paseó entre unos y otros pasillos, reconociendo viejas pastas que tanto amó, ediciones preciadas, publicaciones invaluables tanto para el conocedor como para el coleccionista. El olor que despedían las hojas viejas se incrementaba para él entre más tiempo permanecía allí. Caminó hasta que recordó el apartado y se detuvo ante él, un antiguo rótulo con la letra F estaba encima de su cabeza, supo que era ahí donde podría encontrar el inicio de aquella desventura. Así, igualmente titubeante, sacó su pequeña lámpara de bolsillo con que solía iluminar los lomos de los libros para volverlos un poco más legibles para su vista desde hace años ya cansada. Al intentar encenderla, ésta no lo hizo, recordó con dejo de desprecio la supresión de la vida incluso en las baterías, no las había cambiado desde meses antes de su última visita. Arrojó la lámpara al suelo y simplemente abalanzó los ojos hacia cada lomo, en cada uno se detenía e intentaba hacer memoria, ese apartado en especial nunca había sido de su total agrado, -¡Filosofía! ¡bah! ¡la verdadera filosofía está en la literatura universal!- siempre se dijo y con esta excusa se alejaba de aquél lugar.

Había más de ocho centenares de libros, sabía que podía dirigirse directamente a los griegos, los eternos griegos que formaron una tradición que hoy empaña su vida. Sin embargo, prefirió operar de manera inversa, comenzando por los libros de los filósofos más recientes, así quizá aprehendería la razón actual, La Razón. Pronto se dio cuenta el descuido enorme que tenía ese lugar (acaso su mente), pero intentando ignorar todo aquello comenzó su ardua lectura. Pasó días enteros recluido exclusivamente en su tarea, desde que construyó la biblioteca había decidido que no hubiera reloj ni ventanas, una vez que se entraba ahí se perdía toda noción de tiempo, el que entrara y quisiera permanecer por un largo período se tendría que fiar de su reloj biológico para saber si se vivía de noche o de día. Así pasó jornadas cíclicas, tal vez decenas volcado encima de esos libros que intentaba hacer hablar.

Había comenzado por las visiones del siglo XX, pronto desechó sus posturas, era iluso ese desplante de filosofía que argüía que las proposiciones metafísicas no pueden ser ni verdaderas ni falsas, pues carecen de sentido ya que son solamente lenguaje. Pronto recordó a Einstein, quien alguna vez dijo que el miedo a la metafísica es una enfermedad de la filosofía empírica, él no se sentía enfermo de ello, por lo que continuó su búsqueda.

Así, también se topó con el existencialismo, esa corriente que dice que el saber metafísico solamente sirve para el conocimiento del saber de la realidad radical, pero no podía entenderlo desde ahí, puesto que no puede ser posible que tan sólo haya existencia material, no era ese su pesar. Tampoco Dilthey y su tendencia a transformar la metafísica en una concepción del mundo, su vivencia no era posible reducirla a la materialidad de la realidad o a la simple concepción del mundo.

Leyó tantas hojas que en su mente se entretejió una red de confusión aún mayor, se traslapaban de pronto las ideas, veía a Kant enfrentando a la metafísica al tribunal de la crítica de la cuál nada escapa y a Comte proponiendo que la metafísica es una manera de conocer propia de la humanidad. No es lo único -se dijo- se está negando el problema, eso es todo.

Llegó también a los escolásticos, para quienes la metafísica (metaphysica) es el ente real es toda su extensión por lo que no incluyen a los entes de la razón a causa de su carencia de entidad y de realidad. Al paso de lo días intuía que se acercaba al final, estaba cerca, pero aún no podía conciliar su sentir, su razón, su corporeidad (eso que intentó afuera). Si como afirman los escolásticos no hay entes de razón, entonces era imposible el estudio de eso que lo hacía propio, que lo empujaba a esa búsqueda, era una vez más negar la razón a favor de una realidad de entes inimaginarios, burdos, absurdos.

Santo Tomás lo llevó inevitablemente a dónde creyó no necesitar llegar, se remitió a Aristóteles, pues los dos entendieron a la metafísica como el estudio del ente en cuanto ente real, la ciencia del ser en cuanto ser. Así se despertaba cada vez más su furor, parecía encontrar al biempensante que pudo ser el culpable de todo.

Releyó, en un viejo libro, que fue Andrónico de Rodas en el siglo I quien hizo una clasificación de las obras de Aristóteles. Andrónico colocó a los libros que tratan de la “filosofía primera” al lado de los libros de Física, denominados “filosofía segunda”, llamando así a los primeros Metafísica (μετὰ [τὰ] φυσικά, después de los [libros] físicos), ello lo hizo sin sospechar que lo que al parecer era una mera clasificación, con el tiempo designaría toda una parte de la filosofía.

Al recordar esa vieja anécdota, vituperó contra Andrónico de Rodas, ligó su odio de la metafísica (palabra de diez letras que lo había venido a destruir) contra el filósofo griego. Después de maldecirlo algunas veces se detuvo, reflexionó; tan sólo es la palabra, el significante metafísica, él no era a quién buscaba, no podía serlo, era Aristóteles quien llevaba a cabo la propuesta metafísica, la separación del ser con la materialidad, la separación para poder estudiar al ente y no al objeto, si era posible conocer al ser, entonces la física era innecesaria. Apenas lo había pensado e inevitablemente volteó hacia los Diálogos, libro canónico, en sus páginas estaban contenidos los gérmenes de Aristóteles, por lo que fue Platón ¿o Sócrates?

Su mente divagaba nombres de filósofos presocráticos, comenzaron a llegar hasta él las doctrinas de Parménides, Tales, Demócrito, Pitágoras, Eráclito, Anaximandro, Empédocles… todos se fundían en una revolución de pensamientos, no podía asirlo, el origen de la metafísica no lo encontraba, en todos estaba presente, se dio cuenta que no importaba la palabra ni la propuesta, en todo había metafísica.

Su intento por encontrar a quien ingenuamente sobrepuso lo inmaterial a lo material, quien propuso la superioridad de las ideas, del ser, del ente, del conocimiento, la sobrevaloración de lo que hay más allá… su intento fracasó.

Yació ahí, entre hojas y pensamientos, con coraje, sin poder encontrar el inicio ni tampoco la solución, decepcionado pensó que desde la existencia del primer hombre hubo metafísica, aunque este no la conociera la hacía, asignarle este nombre a esa labor, en retrospectiva, es un mero ejercicio discursivo que no le resta autenticidad.

Igualmente decepcionado supo que no podría entenderlo nunca, que el sueño humano que persiguió, el de unir tres elementos en una misma reciprocidad, no debió haber sido una pérdida, no pudo haber sido una pérdida… no lo fue.


a mi amiga Lileana Rodríguez


J.V.R.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Celebración


Uno: Hoy a media noche, habrá que brindar.
Otro: No veo otra manera de celebrar al Hijo del Carpintero.
Uno: Exacto, porque al final, él nos puede unir y recordar que si al menos un día podemos encontrar la paz...
Otro: ...es imperativo, entonces, intentarlo más seguido.


por
Ricardo Rodríguez

José Vieyra


lunes, 22 de diciembre de 2008

A veces te recuerdo

... y te encuentro en tantos lugares, tan vacíos de tí, tan llenos de todo... por que no lo fuiste todo.

Ricardo Rodríguez



Dos notas sobre el niño*

por Jacques Lacan


Estas dos notas manuscritas entregadas
por Jaques Lacan a la Sra. Jenny
Aubry en octubre de 1969, fueron publicadas
por primera vez por ella, con mi autorización,
en un libro suyo aparecido en 1983.
Jacques-Alain Miller


En la concepción que de él elabora Jacques Lacan, el síntoma del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar.

El síntoma, y este es el hecho fundamental de la experiencia analítica, se define en este contexto como representante de la verdad.

El síntoma puede representar la verdad de la pareja familiar. Este es el caso más complejo pero también el más abierto a nuestras intervenciones.

La articulación se reduce mucho cuando el síntoma que llega a dominar compete a la subjetividad de la madre. Esta vez el niño está involucrado directamente como correlativo de un fantasma.

Cuando la distancia entre la identificación con el ideal del yo y parte tomada del deseo de la madre no tiene mediación (lo que asegura normalmente la función del padre), el niño queda expuesto a todas las capturas fantasmáticas. Se convierte en el “objeto” de la madre y su única función es entonces revelar la verdad de este objeto.

El niño realiza la presencia de eso que Jacques Lacan designa como objeto a en el fantasma.

Satura de este modo, sustituyéndose a ese objeto, el modo de falta en el que se especifica el deseo (de la madre), sea cual fuere la estructura especial de este deseo: neurótico, perverso o psicótico.

El niño aliena en él todo acceso posible de la madre a su propia verdad, dándole cuerpo, existencia e incluso la exigencia de ser protegido.

El síntoma somático le ofrece a este desconocimiento el máximo de garantías: es el recurso inagotable para, según los casos, dar fe de la culpa, servir de fetiche, encarnar un rechazo primordial.

En suma, en su relación dual con la madre el niño le da, como inmediatamente accesible, aquello que le falta al sujeto masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real. Resulta de ello que en la medida misma de lo que presenta de real, estará expuesto a un mayor soborno en el fantasma.

Por lo que parece al ver el fracaso de las utopías comunitarias, la posición de Lacan nos recuerda la siguiente dimensión.

La función del residuo que sostiene (y a un tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las sociedades, resalta lo irreductible de una transmisión –perteneciente a un orden distinto al de la vida adecuada a la satisfacción de las necesidades- que es la de una constitución subjetiva, que implica la relación de un deseo que no sea anónimo.

Las funciones del padre y de la madre se juzgan según una tal necesidad. La de la Madre: en tanto sus cuidados están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el deseo.

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*Transcrito por José Vieyra del libro: Lacan, J. Intervenciones y textos 2, Manantial, Bs. As, 2007. p.p. 55-57


sábado, 20 de diciembre de 2008


Apotegma


Hasta ahora, en mis opiniones,
se ha creído ver más a mi sombra que a mí mismo.
Friedrich Nietzsche


Reproches irreductibles de la vida; el conocimiento y el amor. Pero en estos momentos, por fin he podido conjeturarlo. Probable es que no sea más allá de un apotegma, pero aún así, logré entrever la Verdad con ello.

Si quería liberarme tenía que mutar, no bastaba ser aquél que cree formarla. Todo a cambio de no perecer entre sus brazos. Entendí, para deshacerme de mi sombra tenía que convertirme en luz.


J.V.R.

martes, 16 de diciembre de 2008

Elogio a lo inservible

por José Vieyra Rodríguez


Actualmente, una imposición social es la utilidad de las cosas, todo debe ser útil. Ya no es posible desear algo que –al menos en apariencia- no lo sea. Quizá es normal, en un mundo pragmático y utilitarista, se menoscaba todo aquello que su fin no sea inmediato, práctico, directo, útil, servible.

La mercadotecnia nos enseña a diario esta nueva mirada hacia los objetos. Todos los artículos que se promocionan lo hacen no por su simple y llano servicio que pueden dar, o la necesidad que pueden cubrir, o siquiera la felicidad ingenua o goce inteligible a primera vista que pueden causar. Ahora, parece ser necesario pervertir hasta el extremo la naturaleza de todo para lograr otorgar un goce excesivo pero -paradójicamente- seguro y concreto. Ejemplos, cientos: agua, no para satisfacer la sed, ¡sino para mantener la línea! (Bonafont, Cuida tu línea. Es el slogan de una campaña publicitaria), los juegos para niños pequeños deben ser instructivos, no más juegos por diversión, ¡ahora sus hijos aprenden mientras juegan! O tal vez algo menos natural pero igualmente sobresaturado de utilidades; celulares con cámaras de video, fotográficas, televisión, radio, internet… ¡y que también funcionan como teléfonos! Las artes, igualmente han sido alcanzadas, ahora se puede escuchar música… ¡con mensajes ocultos para dejar de fumar o comer! ¿Quieres leer un libro? Aquí está el último bestseller de superación personal, termina la película o el cuento y se pregunta ¿moraleja?, y un largo etcétera puede continuar en esta lista.

Por supuesto, toda actividad humana, no es natural. Desde alimentarse hasta la más grande obra de arte son creaciones torcidas o alejadas en menor o mayor medida de la naturaleza. La alimentación, que es una necesidad, es el primer contacto de perversión que tenemos los humanos (¿cuántos niños han sido alimentados hoy por un biberón relleno de fórmula láctea?), desde el principio de la vida hasta la muerte todo lo hacemos sin seguir pautas naturales, ya sea por raciocinio o goce, pero sin instinto.

Aceptamos, pues, la inclinación del hombre hacia la perversión de todo. Pero precisamente el encontrar una supuesta “utilidad real” a todas las cosas, crea una ilusión de seguridad y bienestar, una falsa idea de elección correcta, pero si no hay nada natural en las actividades humanas, entonces ¿cómo saber qué es lo adecuado? ¿por qué he de elegir “estar bien” con cierta marca de agua?

Para atender a este problema recurramos a Freud, quien en su ensayo El malestar en la cultura (1930) concibe a la cultura como el conjunto de normas impuestas que obligan a la renuncia de las satisfacciones pulsionales, a cambio de la protección del hombre contra la Naturaleza y la regulación de las relaciones entre los mismos. Sin embargo, debido a la propia renuncia pulsional se impone también sufrimiento, ante lo cual el hombre tiene que buscar nuevos métodos o formas de satisfacción, pero no solamente reduciendo el estado de displacer en el organismo, sino que además quiere ser feliz, por lo que tiene ante sí tres formas con las que intenta sobreponerse a la pesadez de la vida: una son las distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria; la segunda son las satisfacciones sustitutivas que la reducen y, por último; narcóticos que nos tornan insensible a ella.

Por lo cual, entonces entendemos que nuestras actividades pueden ser concebidas dentro de estos tres intentos por reducir lo miserable que se torna nuestra vida en la cultura, pero que todas ellas son formas de orientarse hacia un único fin: la felicidad.

Hasta aquí entonces quizá podemos volver a nuestro inicio y plantearnos porqué forzosamente dar utilidad a las cosas, como al arte (que es una “satisfacción sustitutiva”), al juego (una distracción poderosa) o la elección de un refresco (un pequeño goce). Hoy no puede tolerarse simplemente el placer insignificante que puede provocar una bebida, sino que se tiene que gozar, pero con seguridad, ¡Goza, goza, pero no te hagas daño! Es una invitación al goce excesivo pero aún más controlado, una imposición mayor de la cultura que también absorbe este punto, por lo tanto, si el control se vuelve aún mayor, es menor la posibilidad de disfrutar de ello.

Al declarar entonces a esos pequeños goces como medios para reducir la miseria de la vida, es decir, para llegar a la felicidad, entonces también estamos declarando una utilidad, sin embargo no es directa, cada uno nos serviremos de diferentes medios para llegar a la felicidad pero no hay un camino correcto, no hay una marca o un producto que nos la de, por lo que más que decir que estas actividades son útiles, decimos que entendemos su función, no su utilidad, puesto que ninguna la podría tener.

Por lo que, atendiendo a todo ello, me declaro a favor de la lectura de un libro por simple entretenimiento, o la escritura por distracción, o el cigarrillo por placer, el cuadro en el museo que no da una lección, quizá el juego de futbol o el observar una puesta de sol, estudiar por gusto o trabajar por entretenimiento, dormir durante el día entre semana, viajar o tal vez hacer filosofía. Todo ello puede lograrse sabiendo convivir en la propia cultura. Jugar ante lo impuesto, a sabiendas que así es.

Ante nosotros se abren posibilidades de felicidad, que aquello que hagamos sea únicamente para lograrla, pero prestando atención a no terminar envueltos totalmente en un malestar aún mayor, como lo es hoy, buscar utilidad a todo.


jueves, 11 de diciembre de 2008


Reflexiones aisladas sobre
Mirror TV de Philips,
Una novedad sin novedad.



por José Vieyra Rodríguez


Tecnología Miravision
.
La tecnología exclusiva Miravision combina las cualidades prácticas de un elegante espejo cuando está apagado, con las ventajas de un televisor LCD de alta resolución cuando está encendido.
Ver especificaciones completas.




No es necesaria interpretación ante el acto, tan sólo lectura.

La novedad de Philips; un televisor y un espejo a la vez. La pregunta se impone:

-¿Cuándo los televisores nos dieron algo que no fuera una imagen especular?

Quizá la novedad es que ahora nos reflejará también cuando esté apagado.

Si eso que está allá soy yo, ¿quién está de este lado?

Nuestra identidad mantenida apatir de una imagen que nos dan, para el psicoanálisis es algo sabido, hoy, para Philips también.

Curioso, los mercaderes reaccionan ante la crítica, en vez de oponerse la adoptan.


sábado, 6 de diciembre de 2008

¿Por qué escribir?

por José Vieyra Rodríguez


Hace unos días, una vez más retornó a mí la pregunta que alguna vez nos hemos planteado muchos de aquellos que intentamos mantener un sitio en el cual expresarnos por medio de las letras (ahora virtuales). Esto me sucedió debido a un comentario hecho para el blog de un amigo que le asaltaba a él también la misma pregunta.

¿Por qué escribir? Las respuestas pueden variar de lo más simple como un “tengo ganas” hasta complicadas elaboraciones teóricas acerca de la sublimidad que es la escritura. Variadas formas de justificación: para hacer arte; escribir como medio de expresión del alma; como vehículo de salida de las mociones íntimas del ser humano, catarsis, abreacción o liberación. Quizá una respuesta filosófica; recuerdo a Sartre con su propuesta de la literatura como medio para limpiar nuestra propia libertad. O tal vez escribir para ser reconocido por los demás (a lo que me pregunto ¿qué hacemos que no sea para ello?), crear una red en donde se nos reconozca como portadores de un decir importante, o como medio para negar nuestra condición humana; la efímera existencia. Hay tantas respuestas como seres humanos hayan escrito, puesto que como actividad única de los hombres, es a la vez universal y propia, no tendría porqué haber una respuesta a priori de los beneficios que hay en el hecho de escribir, si es que los tendría que haber.

Considero que cada uno de aquellos que nos propongamos escribir algo, tendríamos que preguntarnos porqué lo hacemos, para quién. Sin embargo, también creo que incluso si no logran ser respondidas es menester seguir en el camino, puesto que no siempre se tiene que tener un motivo consciente para todo, tener el control absoluto de todos nuestros actos, las razones supremas y las respuestas completas es, para mí, una pérdida de tiempo, cuando no, una quimera filosófica.

La funcionalidad, como debería de ser para todas las artes, es nula también. Pueden existir un sinfín de funciones que terminen por acontecer una vez hecho el escrito, pero una vez más creo que son fines oblicuos, no principales. Hablo, por supuesto, de cierta escritura, no niego que haya escritura con fines prácticos y determinados, ahí están los manuales de un aparato eléctrico o la literatura especializada en ciencias, etc. Pero, este escrito –por ejemplo- ¿para qué lo hago?, ¿para quién lo hago?, ¿por qué lo hago?, ¿sirve de algo? Todas las respuestas son válidas, lo hago para expresarme (¡qué hay más simbólico que el lenguaje!), lo hago para quien lo lea, sin destinatario, o mejor dicho con uno específico (el Otro), lo hago por que me agrada y bien puedo estar seguro, ahora, que no sirve de nada en beneficio de la humanidad. Pero quizá creo que el mayor problema es ese precisamente, siempre buscar un beneficio a la raza humana, siempre pensando en el universal para todos nuestros actos, ¿acaso no podemos escribir cada uno por diferentes motivos?

Una carta sin lector es, aun así, una carta para quien la escribió.

¿Por qué escribir? Una pregunta universal con respuesta particular.