martes, 16 de diciembre de 2008

Elogio a lo inservible

por José Vieyra Rodríguez


Actualmente, una imposición social es la utilidad de las cosas, todo debe ser útil. Ya no es posible desear algo que –al menos en apariencia- no lo sea. Quizá es normal, en un mundo pragmático y utilitarista, se menoscaba todo aquello que su fin no sea inmediato, práctico, directo, útil, servible.

La mercadotecnia nos enseña a diario esta nueva mirada hacia los objetos. Todos los artículos que se promocionan lo hacen no por su simple y llano servicio que pueden dar, o la necesidad que pueden cubrir, o siquiera la felicidad ingenua o goce inteligible a primera vista que pueden causar. Ahora, parece ser necesario pervertir hasta el extremo la naturaleza de todo para lograr otorgar un goce excesivo pero -paradójicamente- seguro y concreto. Ejemplos, cientos: agua, no para satisfacer la sed, ¡sino para mantener la línea! (Bonafont, Cuida tu línea. Es el slogan de una campaña publicitaria), los juegos para niños pequeños deben ser instructivos, no más juegos por diversión, ¡ahora sus hijos aprenden mientras juegan! O tal vez algo menos natural pero igualmente sobresaturado de utilidades; celulares con cámaras de video, fotográficas, televisión, radio, internet… ¡y que también funcionan como teléfonos! Las artes, igualmente han sido alcanzadas, ahora se puede escuchar música… ¡con mensajes ocultos para dejar de fumar o comer! ¿Quieres leer un libro? Aquí está el último bestseller de superación personal, termina la película o el cuento y se pregunta ¿moraleja?, y un largo etcétera puede continuar en esta lista.

Por supuesto, toda actividad humana, no es natural. Desde alimentarse hasta la más grande obra de arte son creaciones torcidas o alejadas en menor o mayor medida de la naturaleza. La alimentación, que es una necesidad, es el primer contacto de perversión que tenemos los humanos (¿cuántos niños han sido alimentados hoy por un biberón relleno de fórmula láctea?), desde el principio de la vida hasta la muerte todo lo hacemos sin seguir pautas naturales, ya sea por raciocinio o goce, pero sin instinto.

Aceptamos, pues, la inclinación del hombre hacia la perversión de todo. Pero precisamente el encontrar una supuesta “utilidad real” a todas las cosas, crea una ilusión de seguridad y bienestar, una falsa idea de elección correcta, pero si no hay nada natural en las actividades humanas, entonces ¿cómo saber qué es lo adecuado? ¿por qué he de elegir “estar bien” con cierta marca de agua?

Para atender a este problema recurramos a Freud, quien en su ensayo El malestar en la cultura (1930) concibe a la cultura como el conjunto de normas impuestas que obligan a la renuncia de las satisfacciones pulsionales, a cambio de la protección del hombre contra la Naturaleza y la regulación de las relaciones entre los mismos. Sin embargo, debido a la propia renuncia pulsional se impone también sufrimiento, ante lo cual el hombre tiene que buscar nuevos métodos o formas de satisfacción, pero no solamente reduciendo el estado de displacer en el organismo, sino que además quiere ser feliz, por lo que tiene ante sí tres formas con las que intenta sobreponerse a la pesadez de la vida: una son las distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria; la segunda son las satisfacciones sustitutivas que la reducen y, por último; narcóticos que nos tornan insensible a ella.

Por lo cual, entonces entendemos que nuestras actividades pueden ser concebidas dentro de estos tres intentos por reducir lo miserable que se torna nuestra vida en la cultura, pero que todas ellas son formas de orientarse hacia un único fin: la felicidad.

Hasta aquí entonces quizá podemos volver a nuestro inicio y plantearnos porqué forzosamente dar utilidad a las cosas, como al arte (que es una “satisfacción sustitutiva”), al juego (una distracción poderosa) o la elección de un refresco (un pequeño goce). Hoy no puede tolerarse simplemente el placer insignificante que puede provocar una bebida, sino que se tiene que gozar, pero con seguridad, ¡Goza, goza, pero no te hagas daño! Es una invitación al goce excesivo pero aún más controlado, una imposición mayor de la cultura que también absorbe este punto, por lo tanto, si el control se vuelve aún mayor, es menor la posibilidad de disfrutar de ello.

Al declarar entonces a esos pequeños goces como medios para reducir la miseria de la vida, es decir, para llegar a la felicidad, entonces también estamos declarando una utilidad, sin embargo no es directa, cada uno nos serviremos de diferentes medios para llegar a la felicidad pero no hay un camino correcto, no hay una marca o un producto que nos la de, por lo que más que decir que estas actividades son útiles, decimos que entendemos su función, no su utilidad, puesto que ninguna la podría tener.

Por lo que, atendiendo a todo ello, me declaro a favor de la lectura de un libro por simple entretenimiento, o la escritura por distracción, o el cigarrillo por placer, el cuadro en el museo que no da una lección, quizá el juego de futbol o el observar una puesta de sol, estudiar por gusto o trabajar por entretenimiento, dormir durante el día entre semana, viajar o tal vez hacer filosofía. Todo ello puede lograrse sabiendo convivir en la propia cultura. Jugar ante lo impuesto, a sabiendas que así es.

Ante nosotros se abren posibilidades de felicidad, que aquello que hagamos sea únicamente para lograrla, pero prestando atención a no terminar envueltos totalmente en un malestar aún mayor, como lo es hoy, buscar utilidad a todo.


1 comentario:

José Alberto dijo...

Vieyra, he leído tu texto varias veces y no deja de gustarme. Hace tiempo llevo pensando en que los hombres somos como náufragos en medio de un mar eterno, cada quien con su ancla, y que sólo buscamos lugares donde anclarnos para sentirnos seguros. Pero, si es verdad que necesitamos anclarnos siempre para sentirnos seguros, o no lo entiendo o no quiero entenderlo.

Independientemente de eso, te felicito por tu texto; especialmente me ha gustado este fragmento:

Aceptamos, pues, la inclinación del hombre hacia la perversión de todo. Pero precisamente el encontrar una supuesta “utilidad real” a todas las cosas, crea una ilusión de seguridad y bienestar, una falsa idea de elección correcta, pero si no hay nada natural en las actividades humanas, entonces ¿cómo saber qué es lo adecuado? ¿por qué he de elegir “estar bien” con cierta marca de agua?

Espero sigas escribiendo, Vieyra. ¡Muchos saludos!